Mosqueteros de Yehovah

Juan Capítulo 6

Versos del 1 al 15

Da de comer a cinco mil. La muchedumbre no viene con enfermos para que Yeshúa los sane como señala el primer evangelio (Mateo 15, 30), sino movida por un cierto entusiasmo mesiánico, pues ha visto los signos que ha hecho.

El que Yeshúa suba a la montaña y se siente concede a la escena un carácter solemne, puede aludir a la subida de Moisés al Sinaí (Éxodo 19, 20; 24,1-2), como también al festín escatológico.

Sobre la montaña prepara YEHOVAH Dios para todos los pueblos un gran banquete (Isaías 25, 6-10).

Yeshúa mismo crea el suspenso. Su pregunta se parece a la de Moisés, angustiado: “¿De dónde sacaré carne para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: Danos de comer carne” (Números 11, 13).

Pero Yeshúa no se dirige, como Moisés, a YEHOVAH, sino a Felipe; esto sirve para indicar la imposibilidad humana de realizar el milagro.

Yeshúa, a diferencia de Moisés, sabía muy bien lo que iba a hacer (vs 6). Los cinco panes y los dos pescados resaltan el origen humilde del gran prodigio.

La orden dada por Yeshúa es la de recostarse para comer, “ponerse a la mesa”. Yeshúa no sólo distribuye la comida, sino que preside una comunidad de mesa.

Únicamente Juan señala un esbozo de manifestación mesiánica, Yeshúa, sabiendo que venía la gente para hacerle rey, se retira al monte solo.

Esta breve escena sugiere así lo que anunciará el discurso, solamente a través de su muerte Yeshúa llegará a ser rey; sólo a través de su muerte será el verdadero pan de vida.

Versos del 16 al 21

Camina sobre el agua. Este episodio está presentado por el cuarto evangelio no como un milagro de la tempestad calmada, sino como una epifanía que resalta la trascendencia de Yeshúa.

A pesar de estar contado desde el punto de vista de los discípulos, se halla centrado por entero en la persona del Maestro, quien pronuncia la expresión tan significativa: “Yo soy”, y los pone enseguida a salvo.

Yeshúa se revela con la fuerza misma de YEHOVAH, es el que camina por las aguas (Salmo 77, 20; Isaías 51, 10).

Versos del 22 al 71

Discurso eucarístico. La gente busca a Yeshúa, pero lo hace con una Fe inmadura, se queda sólo en la manifestación superficial de las obras que el Maestro realiza.

Yeshúa reacciona y da comienzo al extenso y profundo discurso, alimento que no perece (vs 22-27).

El Hijo del Hombre dará el alimento que no perece. Yeshúa, pan bajado del cielo (vs 28-40).

Creer en Yeshúa es el único trabajo que es preciso hacer.

La “obra de YEHOVAH” es una expresión densa; significa al mismo tiempo que la obra querida por YEHOVAH es la Fe, y que la Fe es un don y obra de YEHOVAH, para tener la vida divina es preciso creer en Yeshúa.

Yeshúa, pan de vida (vs 41-51). Los “judíos murmuraban”. Esto recuerda la actitud del pueblo en el tiempo del Éxodo (Éxodo 16, 2; Número 14, 27).

Los judíos murmuran porque Yeshúa se presenta como el pan bajado del cielo, siendo así que es hijo de José, su padre y su madre son conocidos.

Yeshúa exhorta a no continuar murmurando (imperativo de presente), exige una Fe incondicional que supere los cálculos cerrados y afirma con una formulación exclusiva: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió” (vs 44).

La Fe no depende de la iniciativa humana ni de sus méritos; es ante todo una atracción interior que el Padre suscita.

No se trata de un determinismo o predestinación arbitraria, sino más bien de la constatación de la iniciativa divina.

La carne y la sangre de Yeshúa, alimento y bebida de salvación (vs 52-59).

El verso 55 es central, acentúa el realismo de la eucaristía. La carne y la sangre del Hijo del Hombre son verdadera comida y verdadera bebida.

Pueden perfectamente cumplir la función de saciar el hambre y la sed de las que Yeshúa hablaba en Juan 6, 35b.

Tenemos que estar unidos a Yeshúa (vs 56); se trata de una compenetración recíproca, de una permanencia mutua.

La misma vida divina que va del Padre al Hijo pasa al que cree por tener comunión con Yeshúa (vs 57).

Se ha visto en esto una síntesis de todo el cuarto evangelio. Yeshúa es Hijo, el discípulo llega a ser hijo de YEHOVAH por su unión con el Hijo.

Comiendo la carne gloriosa de Yeshúa, pan de vida, el creyente como novia santa, recibe con sobreabundancia la vida divina.

Esta comunicación de vida participada acontece en un contexto de misión. No se trata de una vida que se confina, sino que debe comunicarse a los demás, siguiendo el mismo impulso dinámico del Hijo, el enviado del Padre, que vino al mundo para dar vida.

Consecuencias del discurso (vs 60-66). La enseñanza de Yeshúa resulta dura y muchos de sus discípulos lo abandonan.

El misterio del Hijo del Hombre, ¡No se trata, en modo alguno, de canibalismo!.

Yeshúa responde remitiéndose a su subida al cielo, a su condición de resucitado de la muerte, es decir, a su carne que ya no es ni frágil ni corruptible, sino gloriosa y llena de Espíritu.

La carne de Yeshúa puede comunicar vida, porque ha sido investida del Espíritu vivificante (1 Corintios 15, 45-49), de la misma vida de YEHOVAH.

Sin la ayuda del Espíritu, sin el don de la Fe, toda la vida de Yeshúa se convierte en un permanente escándalo.

Sus palabras de revelación en un continuo e impenetrable velo de incomprensión.

Confesión de Pedro (vs 67-71). Ante al abandono de muchos de sus discípulos (vs 66), Yeshúa toma la iniciativa; interpela a los Doce.

No para estar seguro de su Fe que ya la conocía, sino para provocar una confesión decidida; Yeshúa quiere una Fe en libertad.

La escena recuerda la confesión de Cesarea. Yeshúa pregunta: “¿También ustedes quieren abandonarme?”.

Las expresiones en plural que utiliza Pedro indican que éste habla en nombre de los Doce y en representación de la Ekklesía (Juan 17, 3; 20, 31).

Yeshúa, en lugar de felicitar a Pedro, como acontece en Mateo, recuerda la traición de Judas.

Y así el relato acaba de forma dramática, se cierne sobre Yeshúa la sombra de la traición, que será narrada durante la Última Cena (Juan 13, 2).

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