Versos del 1 al 21
Yeshúa, el buen Pastor. He aquí una “paronimia”, discurso enigmático interpretado por medio de otro de significado perfectamente claro.
En los versos 1-5 Yeshúa propone la “paronimia”. Juan añade que los fariseos no entendieron su significado (vs 6).
Yeshúa, entonces, expone con claridad la enseñanza.
Yeshúa se presenta como el verdadero Pastor de su pueblo, quien saca a sus ovejas fuera del recinto del judaísmo para constituir un nuevo rebaño o comunidad mesiánica.
Él es la puerta que da acceso a la salvación; el buen Pastor que comunica vida en abundancia.
Todas las ovejas son posesión de Yeshúa (vs 3c.4a.14b), que le han sido dadas por el Padre; para que puedan entrar en el nuevo rebaño, deben ser llamadas por el Pastor (3c).
El nuevo rebaño se constituye perfectamente sólo en el tiempo futuro, tras la muerte y resurrección de Yeshúa (vs 11b. 15b. 17-18).
La realidad esencial del nuevo rebaño consiste en las nuevas relaciones que se instauran entre el Pastor y las ovejas: Yeshúa va delante de ellas (vs 4), las conduce (vs 16).
Las ovejas se muestran dóciles a su voz (vs 16c.b27a) y le siguen (vs 4c. 27b).
Surgen entre Yeshúa y las ovejas relaciones de mutuo conocimiento y comunión.
El buen Pastor da la vida por sus ovejas, cinco veces aparece esta expresión.
La muerte de Yeshúa es el cumplimiento de la voluntad y del mandato del Padre, manifestación de su caridad, pero su muerte se ordena a la resurrección.
Estos dos acontecimientos constituyen la obra de la salvación.
Versos del 22 al 42
Fiesta de la Dedicación cuando los Macabeos restauraron el Templo de Jerusalén 1 Macabeo 4, 52-55.
En dicho contexto festivo el evangelista nos presenta la última confrontación de Yeshúa con sus paisanos.
Quienes lo rechazan no pertenecen a su rebaño (vs 26), en cambio, quienes lo acogen, son sus ovejas.
El evangelista enuncia tres frases encadenadas, que insisten en el gozo escatológico que experimenta todo discípulo por su unión con el buen Pastor.
Yeshúa les da la vida eterna, no perecerán para siempre, y nadie les arrebatará de su mano.
Esta certidumbre de la salvación escatológica culmina en el verso 29: “Nadie puede arrancar nada de las manos de mi Padre”.
En Juan 5, 17-18, los adversarios de Yeshúa, tras escuchar que llamaba a YEHOVAH Padre, intentaron matarle; ahora pretenden hacer lo mismo, pero Yeshúa los frena y les invita a la reflexión mostrándoles sus muchas “obras buenas”.
Para sus adversarios todo esto resulta una blasfemia; en cambio, para el evangelista, estas palabras representan la cumbre de la revelación de Yeshúa.
Rotos todos los lazos de comunicación, los adversarios de Yeshúa recurren a la violencia. Quieren agarrarlo, pero sus “manos” (triste parodia de las poderosas manos de Yeshúa y del Padre) resultan incapaces de prenderlo, Yeshúa se les escapa de las manos y se aleja de ellos.
Yeshúa va al otro lado del Jordán, donde había estado al comienzo y donde Juan bautizaba (Juan 3, 22), allí es muy bien acogido y muchos creen en Él.