Mosqueteros de Yehovah

Apocalipsis Capítulo 17

Versos del 1 al 18

El juicio de la gran prostituta. Un ángel muestra a Juan la extraña presencia de una prostituta. Esta cortesana, por la abundancia de sus fornicaciones, es calificada como “grande”.

La prostitución significa en la Biblia la idolatría del pueblo. Ha sido infiel a la Alianza y ha adulterado contra Yehovah Dios (Isaías 23, 16).

El Ruaj Hakodesh hace posible la visión de este espectáculo onírico del mal, encarnado en una mujer.

También, más adelante, capacitará a Juan para contemplar la esposa del Cordero, la Nueva Jerusalén (21,10).

Es siempre el Espíritu quien con su fuerza inspiradora promueve a Juan para la profunda comprensión del Plan de Yehovah Dios.

El símbolo de la mujer se descompone en una serie de elementos visuales. La gran prostituta se convierte en fiera, y ésta en la gran ciudad.

Tenemos, tres emblemas fundamentales: la prostituta, la fiera, la ciudad.

Se trata, en definitiva, de la hostilidad demoníaca contra Yehovah Dios y la Ekklesía, que por su enorme ferocidad asume acepciones agresivas diversas, mostrando así la espiral de su vitalidad incesante.

La más honda realidad de la prostituta, su perversión, se descubre cuando es puesta en parangón con la esposa del Cordero.

Vemos la santidad y el pecado, la Ekklesia y la idolatría.

La prostituta lleva en su mano una copa de oro; ya sabemos que el oro es el color/metal de la liturgia (1, 12; 2, 1; 15, 6. 7), pero ella profana ese uso divino, pues su cáliz dorado está lleno de la impureza de sus fornicaciones.

Va vestida de un lujo ostentoso, de púrpura y escarlata. En cambio, la esposa viste de lino brillante y puro; y este vestido no significa sino las obras justas de los santos (19, 8).

La gran prostituta aparece grotescamente borracha, embriagada de la sangre de los mártires. La Ekklesia es la esposa del Cordero degollado.

Con su sangre derramada en el Mashiaj, el Cordero, la rescata y la adquiere para sí (5, 6. 9. 12; 13, 8).

La aparición de la prostituta llena de asombro a Juan. El “ángel intérprete” explica la fiera: “existió pero ya no existe” (vs 8).

Con esta entrecortada expresión que se encuentra de manera repetida en nuestro pasaje se indica la debilidad temporal de este poder corrosivo.

Aunque el mal siga encarnándose en sucesivos personajes y acontecimientos, al final serán destruidos. Sólo Yehovah Dios posee el dominio y la eternidad; ÉL se erige verdaderamente en “el que es, el que era y que será” (1, 4).

Se habla sucesivamente de siete colinas y de siete reyes, las siete colinas de Roma y a sus siete emperadores: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Vespasiano y Tito.

El octavo, Domiciano, de quien se dice que es uno de los siete, es como un nuevo Nerón que persiguió a los Ekklesia con gran crueldad, en el carácter cíclico del panorama bíblico.

El autor escribe en tiempos de Domiciano, pero aparenta vivir en tiempos de Vespasiano, el sexto emperador; así puede anunciar la brevedad del reinado de Tito solo dos años y dar más credibilidad a sus predicciones, así como lo reflejó Daniel durante la cautividad de Babilonia.

Figura los reinos de Asiria, Egipto, Babilonia, Media/Persas, Grecia, Romano y Otomano.

También puede verse en la cifra siete el “totalitarismo” del imperio que se opone a Yehovah Dios y la índole frágil de este imperio, que marcha irremediablemente hacia su perdición.

Cuando venga el octavo que aún está por venir, durará poco. Comienza el inicio del fin.

Los versos del 12-17 narran un combate entre los diez reyes, emisarios de la fiera, es decir, todo el poder en contra de Yehovah Dios, pero no se describe la contienda, sino que se certifica la consecución de una victoria.

Vence el Cordero, porque sólo Él es “Rey de reyes y Señor de señores”.Con semejante título Yeshúa Ha Mashiaj asume funciones divinas, las propias de Yehovah Dios en el Antiguo Testamento (Deuteronomio 10, 17; Daniel 2, 47).

La victoria posee también un carácter reivindicativo y antimperial; pues el emperador Domiciano era aclamado como “dominus et deus noster”, es decir, “nuestro  dios y señor”.

Sólo Yeshúa ha Mashiaj es para los creyentes el verdadero césar y emperador.

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