Versos del 1 al 21
Las copas de la ira. El septenario de las copas sigue el modelo dramático de las siete trompetas, ya mencionado anteriormente (8, 7-8).
Pero no es mera repetición o apéndice. Con el sonar de las trompetas se aludía a la parcialidad, se hablaba con frecuencia de cifras incompletas.
Ahora las copas adquieren una dimensión universal: afectan a la totalidad de la humanidad y de la naturaleza. Llega la última oportunidad para la conversión.
El Apocalipsis no realiza una simple evocación del Éxodo, sino que es una clave de cumplimiento.
La ira divina llega a sus últimas consecuencias, pero Yehovah Dios pide con urgencia una respuesta positiva de adoración.
Así lo reconocen en el cielo, donde es alabado como santo y poderoso, como el “defensor” que escucha el clamor de la sangre de sus elegidos.
A pesar de tanta maldad, muchos no se convierten de sus fechorías ni reconocen la grandeza de Yehovah Dios. Al contrario, en el colmo de su iniquidad, lo maldicen. Nos topamos de bruces con el misterio de la iniquidad.
En la sexta copa se observa que el castigo señalado no consiste en la irrupción de ranas como acontecía en el Éxodo (7, 26-29), sino en el secamiento del río Éufrates.
Con la aridez de este río se abre repentina y peligrosamente una calzada expedita para la invasión de los temidos reyes de oriente. Se avecina la destrucción, que nadie puede ya impedir.
De la boca insistentemente señalada de cada uno de los componentes de la tríada demoníaca, salen tres espíritus inmundos.
Su presencia y acción es la antítesis a la ejecutada por los tres ángeles ya reseñados (14, 6-20).
Tienen la misión de hacer señales y congregar a los reyes para la gran batalla. Son instrumentos de tinieblas y actúan de forma clandestina y viscosa (como sapos).
Ya el Nuevo Testamento había advertido con palabras de Yeshúa (Marcos 13, 22) y de Pablo
(2 Tesalonicenses 2, 8-9; 1 Timoteo 4, 1-2) sobre el peligro de estos pseudos profetas y sus falsas señales de captación.
El mismo Yeshúa refuerza la exhortación a la vigilancia, avisando que viene repentinamente como un ladrón.
Hay que estar alerta y conservar con decoro las vestiduras de la dignidad como Ekklesía, a saber, configurarse con nuestro Dueño y Señor.
Igual que el séptimo sello iniciaba un nuevo desarrollo en la gran visión del Apocalipsis (8, 1-5), así también la séptima copa inaugura el despliegue de la sección que describe el desenlace final de la historia: 16, 17–22, 5.
El derramamiento de la última copa provoca una serie de fenómenos naturales que conmueven el cosmos: truenos, relámpagos y temblores (8, 5); las ciudades se cuartean y desaparecen.
Una plaga de granizo se abate sobre la tierra. A pesar de tan vasto castigo, la impenitencia de la gente se manifiesta aún más pertinaz; no se convierten, sino que continúan en su obstinada obcecación maldiciendo a Yehovah Dios.