Versos del 1 al 3
Rosas y Manzanas. Continuamos en el escenario campestre. La muchacha se experimenta encantadora, como un narciso o como una rosa, y libre en la sombra del valle.
El muchacho ratifica lo que acaba de decir la joven: para él es la mujer más bella que existe.
Intervienen en esta escena dos jóvenes: la amante que se presentó en el comienzo del libro y su interlocutor.
Quien tiene la iniciativa, una vez más, es ella.
Versos del 4 al 7
La mujer herida. Un cambio de escenario en este nuevo epigrama. Estamos ahora en la sala de “un banquete”.
En esta sala irrumpe un guerrero inesperado: el Amor (en hebreo está sin artículo, y debemos entender que se trata de una personificación).
La mujer es herida súbitamente y pide socorro. La herida es tan profunda, que sólo podrá sanar con la presencia y la figura del amado.
Éste ha desaparecido tan rápidamente como apareció, y ha dejado herida a la mujer.
Si las compañeras de esta mujer no quieren pasar por semejante trance, que no despierten ni desvelen al amor (ahora con artículo, debiendo traducirse por “el amor”), hasta que a él le plazca.
El campo de batalla nos permite pensar en el tercer personaje femenino presentado en el prólogo del libro: en la prostituta.
Versos del 8 al 17
Primavera. Es el primer idilio del Cantar. Los verbos de movimiento y la voz dan unidad a la composición.
Protagonista del idilio es la muchacha “fascinante” (vs 14), que se presentó en el prólogo del libro (Cantares 1, 5).
Ha soportado un invierno de ausencia. Ha llegado la primavera. Las flores del campo, las higueras que despuntan, las viñas abultadas, la estación de los cánticos, el arrullo de la tórtola, todo invita a celebrar el amor y a gozar de él.
El oído despierto percibe la proximidad del amado, aunque no sea más que “un rumor”.
A partir de ese momento se imagina cómo se acerca presuroso, cual gamo o cervatillo, cómo mira y atisba por la ventana y por la reja.
Oye su voz, o ella misma pone palabras en boca del amado: “Levántate… Vente”. Pero la muchacha se resiste.
Convierte su casa en palomar, a pesar de que anhelaba como nadie la presencia del amado.
El juego del amor es, a veces, demasiado cruel (Cantares 8,6). El muchacho se contentaría tan sólo con ver la figura “fascinante” de la muchacha y con escuchar su “dulce voz”.
Tras el conjuro contra los zorros que son un peligro para la viña no guardada en otro tiempo, la muchacha declara solemnemente: “Mi amado es mío y yo suya, y se deleita entre las rosas” (vs 16).
Mientras dure la noche, es tiempo de que el gamo o cervatillo ronde por las colinas hendidas. El lenguaje es alusivo y delicado.
Aunque tanto la muchacha como el muchacho tienen voz en este bellísimo idilio, acaso sea tan sólo una fantasía de la muchacha, que sueña con la donación y posesión total.