Mosqueteros de Yehovah

Cantar de los Cantares Capítulo 3

Versos del 1 al 5

Primer nocturno. Con relación al idilio anterior, éste nos transporta de la luz y de los colores de la primavera a la oscuridad de la noche; pasamos del campo abierto a la alcoba cerrada, donde una mujer sueña noche tras noche.

Se pasa la noche buscando en sueños: “Buscaba…, buscaba y no encontraba…buscaré…, lo busqué y no lo encontré” (vs 1).

Esta secuencia verbal crea un efecto de violenta emoción en su alma. El buscado es “el amor de mi alma”: aquél que me ama y a quien amo” (vs 2).

Afanosa búsqueda de una mujer enamorada e intrépida, que no se limita ante los peligros nocturnos, y curioso encuentro.

De ronda por la ciudad, como los centinelas, ella busca, éstos la encuentran, pero no saben nada de aquél por quien les pregunta: del “amor de mi alma”.

Una vez que le halla, se le despoja de la voz y del rostro. Es sencillamente “el amor de mi alma”. Éste desaparece al ser introducido en la alcoba materna.

No está. Ha sido un sueño. Y la mujer continúa herida de amor, según sabemos por el estribillo, que encontramos cuando esta mujer fue herida en el banquete.

Una pregunta semejante a la que formula la mujer de este sueño y un gesto similar al suyo aparecen en la escena evangélica de María Magdalena junto al sepulcro de Jesús (Juan 20,11-18).

Versos del 6 al 11

Encuentro de los esposos. Una voz anónima anuncia el movimiento ascensional de un personaje femenino: ésa o ésta. De lejos se ve tan sólo una polvareda, pero los perfumes anticipan la llegada de una mujer.

Por exigencias de la pregunta y por coherencia interna de la estrofa, quien sube es la Sulamita. Es impresionante el cortejo: los guerreros más escogidos de Israel.

Su misión es proteger no tanto a la “reina” cuanto a la “mujer” ante las “emboscadas nocturnas”. Ya está ahí la esposa. Sin que nadie le introduzca, aparece también el esposo: Salomón.

Al poeta no le interesa tanto el rostro del rey cuanto el palanquín en el que es transportado: las maderas del Líbano, la plata y el oro, la púrpura del asiento, y, sobre todo, el Amor que “ilumina su interior”.

La esposa y el esposo están ataviados para la boda. El Amor (en hebreo sin artículo) se hace fugazmente presente: es un ornato del palanquín de Salomón; ilumina su interior, sin que los esposos se percaten de ello, sino sólo el poeta.

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