Versos del 1 al 10
Depravación de Jerusalén. En continuidad con la lamentación del profeta, estos versos describen con más detalle los motivos por los cuales Jeremías se lamenta y llora, por la suerte de su pueblo, una suerte que el mismo pueblo se ha buscado.
La mentira, el engaño, la falta de respeto a la vida y la ausencia de ética en las relaciones sociales, son el pan de cada día en la ciudad, lo cual es motivo para que el profeta se sienta tentado a huir, alejándose al desierto para no ser más testigo de esa realidad.
No será ésta la única vez que Jeremías se sienta decepcionado de su misión (Jeremías 20, 8).
Pese a todo, el Altísimo no le permitirá retirarse, por más que sus palabras produzcan odio y represalias en su contra en lugar de conversión (Jeremías 15, 20-21).
Ésta no podrá ser jamás una actitud profética, no remedia en nada huir de la realidad por dura que parezca o por contradictoria respecto a la convicción de la Palabra de YEHOVAH.
El profeta tiene que estar siempre ahí “para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar” (Jeremías 1, 10).
Versos del 11 al 25
No sabios, sino humillados. Este pasaje refleja las inquietudes e interrogantes que suscitó la amarga experiencia de Judá y de su capital, Jerusalén, bajo el dominio caldeo, interrogantes que aún pueden surgir entre nosotros.
¿Por qué ese afán de los grandes y poderosos por dominar y oprimir a los pequeños?.
¿Por qué esa facilidad de los grandes para aliarse entre sí para acabar juntos con otras naciones? y ¿por qué esa resistencia a construir juntos una sociedad, basada en la justicia y en el respeto a la identidad y la autonomía de los otros?
El profeta induce al pueblo a responder desde su Fe, no desde las categorías de la sabiduría humana, sino desde la sabiduría que surge del conocimiento de la Ley del Altísimo, de la adhesión y puesta en práctica de esa ley.
Para ello, es necesario despojarse de toda prepotencia y asumir una actitud de luto, de vacío, sólo así empieza a verse claro porqué suceden estas cosas.
Tal vez, nosotros no estamos muy habituados a hacer una lectura religiosa de nuestra realidad, ni mucho menos vemos como juicio divino o castigo de Dios la opresión y el dominio que los pueblos pequeños sufren a manos de las grandes potencias.
Sin embargo, conviene no perder de vista que sí es posible hacer una lectura religiosa desde nuestra Fe.
Estas injusticias se producen cuando el hombre se olvida de Dios, cuando se convierte en medida de sí mismo y cuando, bajo el lema de una autonomía no siempre bien entendida.
Además, se olvida del otro, de los demás, se rinde culto a sí mismo, al poder y al tener y olvida por tanto su compromiso con la justicia.