Mosqueteros de Yehovah

Hechos de los Apóstoles Capítulo 21

Versos del 1 al 16

Viaje a Jerusalén. Va a comenzar el tercer y último viaje de Pablo que terminará en Roma.

Hasta ahora, a lo largo de ocho capítulos de su libro (vs 13–20), Lucas ha presentado a un Pablo activo, misionero luchador e infatigable, triunfador y taumaturgo.

Los restantes ocho capítulos (vs 21–28) nos van a presentar Pablo prisionero del Espíritu.

El Apóstol va a cumplir en esta última etapa el programa que Yeshúa le preparó al comienzo de su misión: “es mi instrumento elegido para difundir mi Nombre… yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi Nombre” (Hechos 9,15-16).

Se muestra la actividad misionera de Pablo, su celo, sus iniciativas, sus triunfos, sus milagros y lo más importante:

La entrada del Apóstol en el misterio de la muerte y resurrección del Señor, a través de su propio sufrimiento y muerte, expresión máxima del poder del Espíritu y de la Palabra en el fiel imitador de Cristo.

Las costas del mar Egeo, hacia el año 54 d. C. estaban sembradas de comunidades cristianas y que Pablo era un gran personaje bien recibido en cualquier Iglesia local.

Cuando Yeshúa se dispone a subir a Jerusalén para padecer (Lucas 9, 51), es plenamente consciente de su destino y se lo puede anunciar una y otra vez a sus discípulos.

Pablo se dispone a seguir a Yeshúa (Lucas 9, 52-62). Amigos y colaboradores, sospechando el posible peligro que le esperaba en Jerusalén, sobre todo después del profético anuncio de Ágabo (Hechos 21,10-11) tratan de impedir su viaje.

Pero ante la firme decisión del Apóstol se resignan con un “que se cumpla la voluntad de Yeshúa”.

Versos del 17 al 26

En Jerusalén. Tal y como nos lo narra Lucas, el encuentro entre Pablo y la Iglesia de Jerusalén nos deja un poco perplejos.

No sabemos lo que en realidad ocurrió, aunque sí debió de ser un encuentro desagradable y dramático para el Apóstol.

Más que encuentro habría que hablar de desencuentro. En otras palabras, su viaje históricamente fue un fracaso.

Con la subida, a Jerusalén comienza la pasión de Pablo, se dispone a la entrega de la importante colecta que con tanto esfuerzo había llevado a cabo junto con sus colaboradores y que representaba un signo de comunión y solidaridad entre la Iglesia madre y las nuevas Iglesias.

El primer recibimiento de Pablo y su comitiva fue cordial. Sin embargo, cuando Pablo se sentó a hablar con Santiago y los líderes de la comunidad, no puede disimular la tensión existente.

Pablo les comunica la gran cantidad de paganos que habían recibido la Fe, aunque calla que también lo hicieron muchos judíos.

Ellos, a su vez, comunican a Pablo que millares de judíos se habían convertido en Jerusalén y que, sin embargo, habían permanecido fieles a las leyes judías.

Acto seguido, acusan a Pablo de enseñar a los judíos convertidos que viven entre paganos a abandonar la Ley de Moisés. La acusación era injusta.

El Apóstol, sin embargo, no se defiende y sigue el consejo de Santiago de realizar un acto público en el Templo, corriendo con los gastos, para aclarar los posibles malentendidos de su presencia en la ciudad.

De paso, le recuerdan a Pablo las cláusulas del Concilio de Jerusalén, como mínimo exigido a los paganos convertidos, miembros de comunidades mixtas.

Versos del 27 al 40

Arrestado en el Templo. El plan de Santiago fracasa justo cuando iba a ponerse en práctica.

El poder romano interviene para defender a Pablo contra las agresiones de los judíos.

Todo comienza con un pretexto malicioso. Estaba prohibido a los paganos, bajo pena de muerte, traspasar la barrera del atrio exterior del Templo porque su presencia podía contaminar el Lugar Sagrado.

Corrió la voz que Pablo había introducido allí a unos griegos. Suena la alarma, cierran las puertas del Templo para que Pablo no pueda acogerse al derecho de asilo y lo sacan fuera para no matarlo en terreno sagrado.

Se disponen a lincharlo cuando interviene la autoridad militar romana y Pablo es salvado en el último momento.

Jerusalén rechaza la última oferta del Evangelio.

Pablo, como Yeshúa, le traía la paz (Lucas 19, 42) y le responden con la guerra (Salmo 120,
7).

Cuando se llevan a Pablo, Jerusalén quedará atrás y ya no volverá a aparecer en el resto del libro de los Hechos.

El comandante romano salvará a Pablo de la muerte encadenándolo y así, hasta el final del libro, Pablo será un prisionero traído y llevado de un lugar a otro, hasta llegar a Roma.

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