Mosqueteros de Yehovah

Filipenses Capítulo 3

Versos del 1 al 16

Los méritos del cristiano. En el mismo tono de alegría con que inicia la carta, Pablo comienza a dictar los saludos finales: “Por lo demás, hermanos míos, alégrense en Yeshúa” (vs 1).

Pero, de repente, los interrumpe y da un viraje violento a sus palabras: “¡Cuídense de los perros… con los malos obreros… con los que se hacen incisiones ” (vs 2), como si reaccionara ante una grave noticia que acabara de recibir y que ponía en peligro a la comunidad de Filipos.

¿Qué decir de este cambio brusco de tono? Si, como es probable, la presente carta a los filipenses es la fusión de varias dirigidas a la misma comunidad, seguramente un recopilador posterior introduciría aquí el tema de otra carta hoy perdida, sin preámbulo ni explicaciones.

Con la expresión “perros”, Pablo parece referirse a los predicadores judaizantes que intentan imponer la circuncisión a los filipenses convertidos del paganismo.

No es fácil saber si los judaizantes operaban ya en Filipos o si el Apóstol quiere lanzar un grito de alarma contra la difusión de sus doctrinas.

Lo cierto es que los calificativos empleados son duros e injuriosos (Apocalipsis 22, 15) y se hacen eco de los insultos de los paganos contra los judíos, quienes llamaban “mutilación” a la circuncisión.

No es contra el rito externo de la circuncisión por lo que reacciona Pablo con tan extrema dureza, sino contra la ideología que lleva consigo.

La vuelta a la observancia de los dictámenes de la doctrina farisea, para adquirir méritos y conseguir así la salvación por las propias fuerzas.

Contra semejante pretensión, el Apóstol propone una “circuncisión espiritual”, que es el verdadero culto que Yehovah Dios quiere (Juan 4, 23-24), y un gloriarse sólo en el Mashiaj y no en los méritos propios (2 Corintios 11, 18).

Ya en el Antiguo Testamento se usaba la palabra circuncisión en el sentido espiritual, la “circuncisión del corazón” que “hace justicia al huérfano y a la viuda y ama al emigrante dándole pan y vestido” (Deuteronomio 10, 16; Jeremías 4, 4; Romanos 2, 29).

Para el Apóstol, el nuevo pueblo de Yehovah Dios no adquiere categoría de tal mediante una señal ritual física.

A partir de la Fe en el Mashiaj hay un nuevo modo de servir al Todopoderoso, y la gloria no hay que ponerla en uno mismo, sino en el regalo que Yehovah Dios nos ha hecho en Yeshúa Ha Mashíaj.

Si de raza y méritos se tratara, el Apóstol podría competir con ventaja con cualquiera de los judaizantes.

Y así enumera los siete títulos que le acreditarían como judío celoso y observante como el que más (vs 5-6).

Es irónico incluir como mérito el haber sido “celoso perseguidor de la Iglesia” (vs 6). Pues bien, los supuestos méritos mencionados y otros que podía mencionar, son “pérdida” comparados con la “ganancia” de Yeshúa Ha Mashíaj (Mateo 13, 44-46; 16, 26).

La manera como lo expresa no puede ser más radical: “por él doy todo por perdido y lo considero basura con tal de ganarme a Cristo y estar unido a Él” (vs 8-9).

Esta unión con el Mashiaj la expresa con una exclamación iluminadora, de esas que salen como soplos de inspiración del Ruaj Hakodesh: “conocer a Cristo… tomar parte en sus sufrimientos; configurarme con su muerte con la esperanza de alcanzar la resurrección” (vs 10-11).

A esto ha dedicado y dedica todas sus fuerzas, como un atleta que corre hasta alcanzar la meta y conseguir el premio (1 Timoteo 6,12).

Yeshúa alcanzó al Apóstol en el camino de Damasco, ahora le toca a él correr para alcanzar al Mashiaj (1 Corintios 9,24).

Versos del 17 al 21

El ejemplo de Pablo. Con palabras apremiantes y llenas de amor, Pablo propone a los filipenses su vida como ejemplo, en contraste radical con el comportamiento de los “enemigos de la cruz de Cristo” (vs 18) que buscan su seguridad en ritos y prestaciones puramente humanas (1 Corintios 1, 22-23), que dan una importancia desmesurada a observancias sobre alimentos (Romanos 16,  18), para quienes su mayor orgullo es la circuncisión (vs 19).

De nuevo hay que decir que la lucha sin cuartel del Apóstol no es contra ritos más o menos inocentes, sino contra la idolatría latente en esas prácticas religiosas.

Es decir, todo aquello que, siendo perecedero y transitorio, ocupa, sin embargo, un lugar de importancia desproporcionada en nuestras vidas, reduciendo el horizonte de nuestra existencia y cerrándolo a aspiraciones más altas.

Los ritos y prácticas de los enemigos de la cruz del Mashiaj del tiempo de Pablo tienen hoy otros nombres: son los nuevos dioses de la riqueza explotadora del pobre, del poder opresivo y discriminatorio, de todos los egoísmos individuales y colectivos que nos marcan como ciudadanos de un mundo corrompido.

Y este Reino de Yehovah Dios de hermandad, de justicia y de paz no es sólo una promesa vaga de futuro, sino que se está haciendo presente aquí y ahora, por la muerte y resurrección del Mashiaj, en la Cultura del Reino formada por los “consagrados a Cristo Jesús que residen en Filipos” (1, 1) y por los descendientes de aquellos primeros cristianos que somos nosotros.

La esperanza de la victoria final de Yeshúa Ha Mashiaj la ve Pablo simbolizada en la resurrección futura “que transformará nuestro cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso” (vs 21).

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