Versos del 1 al 12
Continúa hablando de la riqueza, parece que riquezas y felicidad han intentado ir siempre de la mano.
Qohelet centra su atención en este tema y va desgranando sus ventajas e inconvenientes.
El discurso no resulta difícil de comprender y no es extraño estar de acuerdo con sus afirmaciones.
La misma sabiduría tradicional muestra expresiones y sentimientos semejantes:
La fortuna no satisface a su dueño (Proverbios 19, 4.6).
El rico sufre insomnio (Eclesiástico 31, 1) y no puede disfrutar de sus bienes (Eclesiástico 30, 19).
Existe un paralelismo entre pobre-sabio y rico-necio (Proverbios 11, 28a; 14, 21b; 17, 5).
Pero el Eclesiastés, como ya decíamos al principio, sostiene su particular enfrentamiento con esta sabiduría presentando como aval su propia experiencia.
La inutilidad del esfuerzo humano corre paralela a la insatisfacción de las riquezas (Vs 7-9; Eclesiástico 5, 9-11).
De nuevo expresa su convicción de que no hay que dejarse llevar por el deseo de conocer lo incomprensible, expresado con un proverbio popular en el vs 9.
En el vs 12 es otro enfrentamiento directo con los proverbios tradicionales, paralelo a Oseas 13, 3; Job 7, 9; Salmos 39, 7.
El autor especifica como una obra estéril el determinar las posesiones como el fin que mide el éxito de la vida, Yeshúa Ha Mashiaj establece el fundamento en el evangelio Marcos 8, 36-37 “¿De que le sirve al hombre ganar al mundo entero, si pierde su alma?”.
En Mateo 16, 26 añade otra pregunta mas a la anterior “¿O cuanto podrá pagar el hombre por su vida?”. Definitivamente la vida del hombre debe centrarse en honrar al Creador, deseando cumplir con los preceptos divinos que atraen la paz del alma.
Quien se abalanza por conquistar los anhelos carnales destruye su alma, por cuanto en la carne no existe la saciedad que engendre paz verdadera al alma humana.
Por ello, las personas que solo tienen riquezas sin sabiduría se hacen especialmente odiosos y malvados, ya que su esquema de valoración no reside en la moral del espíritu, sino en la locura que reviste la capacidad por dejarse arrastrar bajo la esclavitud de la presión, que impone el anhelo continuo de acumular, para corresponder a la tarea inútil de saciar las inclementes demandas carnales.