Mosqueteros de Yehovah

Cantar de los Cantares Capítulo 6

Versos del 1 al 7

Recuerdos. En los versos del 1 al 3 aunque la mujer sea llamada la “más hermosa de las mujeres”, como la mujer de Cantares 1, 8 (la prostituta) no han de confundirse ambos personajes.

La prostituta no sabe dónde está su amado, sueña, lo busca y no lo encuentra. La mujer de este breve epigrama sabe muy bien dónde está su amado.

Los dos jóvenes se encuentran una vez más, con anterioridad ambos habían fantaseado. El nuevo encuentro, que es más bien un recuerdo del pasado que una realidad presente, lleva a la muchacha a revivir intensamente el pasado.

Los deseos comienzan a realizarse.

En los versos del 4 al 7 añade este idilio al de Cantares 4, 1-7 la belleza de Tirsá (capital que fue del reino del Norte) y la fascinación de Jerusalén (la muchacha ya sabía que ella misma era “fascinante”).

Es decir, la belleza y el hechizo que las dos capitales tienen, se encarnan en miniatura en el cuerpo de la muchacha, cuya descripción es la misma que en Cantares 4, 1-7.

Si es una repetición y se añadió después del destierro, se hizo con una convicción: nada de lo antiguo ha perdido su validez.

¿Acaso fue añadido por los rabinos del siglo I, cuando se interpretó el cántico?, no lo sabemos.

Versos del 8 al 12

La esposa raptada. Varias voces se suceden en esta canción, la voz de la madre tiene un corte entre lastimero y resignado, e incluso agradecido.

Ha sido despojada de su predilecta, que, por añadidura, es bellísima: “paloma hermosísima”. Para colmo de desgracias, su hija ha sido conducida al harén del rey, tan nutrido.

El dolor maternal se compensa, sin embargo, al constatar que doncellas, reinas y concubinas elogian a la hija raptada.

La intervención de este grupo es coral: juntas felicitan y elogian a la mujer raptada; juntas se preguntan también por la identidad de una mujer tan sumamente bella.

Esta mujer tiene “un algo” divino, es una epifanía luminosa, que, desde lo alto del cielo, pone fin a la oscuridad de la tierra.

Despunta como el alba, es decir, se asoma desde el balcón oriental y contempla a la tierra aún en penumbra, es “cándida” o “hermosa” como la luna, cálida e ígnea como el sol.

Todas las estrellas del cielo tintinean en ella: es imponente como un batallón, la voz del rey no se escucha con claridad.

Acaso forma dúo con la voz de la madre, y juntos proclaman: es mi paloma hermosísima, la última voz que oímos es la de la mujer raptada.

Responde a la pregunta coral, recordando: había bajado a contemplar, cuando, sin saber cómo, alguien la raptó.

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