Versos del 1 al 8
Segundo Nocturno. La mujer herida de amor durante el banquete ya ha soñado una vez (Cantares 3, 1-5), sueña nuevamente en este segundo nocturno, que finaliza con el conjuro dirigido a las “muchachas de Jerusalén” (como en Cantares 3, 5).
Este segundo sueño es más intenso, llega a convertirse en pesadilla. El corazón vigilante percibe un rumor lejano, los oídos atentos oyen primero una llamada a la puerta y después las palabras nítidas del amado.
Si es la amada quien responde al requerimiento, lo que dice suena a dilación, que puede excitar más aún el deseo, pero quizás todo sea un sueño: tanto la voz del amado cuanto la respuesta de la muchacha.
De hecho, la mujer sueña con la entrega total y nos informa de su experiencia inefable con esta expresión: “como se me estremeció el corazón” (vs 4).
Jeremías la aplica a la ternura de Dios (Jeremías 31, 20) y el evangelio al amor de Jesús hacia su amigo Lázaro (Juan 11, 33.38).
Ya levantada, desaparecen el rostro y la voz del amado, quedan tan sólo unos dedos de los que fluye mirra (no es claro si son los dedos de la mujer o del varón).
La búsqueda es infructuosa, y la llamada no tiene respuesta. Los centinelas de la ciudad no son preguntados, sino que abusan de la mujer, acaso porque la han identificado por su vestimenta: por el velo.
La herida de amor se hace insufrible, tanto que la mujer ya no pide a las muchachas de Jerusalén que no despierten ni desvelen al amor, sino que informen al amado que la mujer enamorada ha sido herida por el Amor (una vez más sin artículo en el texto hebreo).
Esta herida duele mucho más que los ultrajes, mucho más que las pesadillas, duele el alma, cuando quien ama enamoradamente no encuentra a su amado.
Versos del 9 al 16
Así es mi amado. Formalmente este idilio es una continuación del anterior: es la respuesta al conjuro.
Temáticamente es la réplica al idilio que hemos escuchado en Cantares 4, 1-7.
La descripción del cuerpo desnudo del varón obedece a lo que tiene de particular el amado.
Un combinado de colores, que van del negro de los cabellos al blanco de los ojos, pasando por el color rosáceo y por el amarillo del oro, un conjunto de minerales nobles como el marfil y el alabastro y también de perlas, como las gemas y los zafiros.
El oro en la cabeza, a medio cuerpo y en los pies, las balsameras y las plantas aromáticas, así como la altura semejante a la de los cedros, sirven para describir más una estatua hierática (término proveniente del griego “ἱερατικά”, “hieratika” es “sagrado”) que una figura humana.
Algo de vida y de movimiento se advierte cuando se describen los labios que destilan mirra líquida. Esta estatua, sin embargo, emite una luz casi divina: todo él es radiante.
Para la mujer enamorada no hay nada frío en la descripción hecha, sino que todo cuanto es el amado le torna delicioso y codiciable.
Al finalizar el idilio se subraya con énfasis: “así es mi amado, así es mi amigo, muchachas de Jerusalén” (vs 16).
Nadie, en efecto, hay como él, nadie reúne tanta luz y tantos colores en tan breve espacio, ningún cuerpo es semejante al cuerpo del amado.