Mosqueteros de Yehovah

Apocalipsis Capítulo 7

Versos del 1 al 17

Los que se salvan. Los siervos de Yehovah Dios serán preservados. Es el consuelo y victoria que ofrece el capítulo siete.

Estos personajes marcados o sellados son la Ekklesia Santa, Novia Santa de Yeshúa Ha Mashiaj, los que ya poseen indeleblemente el sello del bautismo y ahora viven para hacer la voluntad de su cabeza Yeshúa Ha Mashiaj, a quien le pertenecen (Efesios 1, 13; 4,30; 1 Corintios 1, 2).

Los Bautizados que pertenecen a Yeshúa se verán asistidos por una especial providencia divina.

Obsérvese el significativo cambio en el orden de los doce patriarcas: se comienza no por Rubén, sino por Judá, pues en él se prefigura el Mesías (Yeshúa ha Mashiaj es llamado “el león de la tribu de Judá” (5, 5).

El simbólico número de ciento cuarenta y cuatro mil es el resultado de multiplicar las doce tribus de Israel por doce (los doce apóstoles del Cordero 21, 14), y luego por mil, que es la cifra de la historia de la salvación.

Es el número de los elegidos del nuevo Israel, mucho más numeroso que el Israel antiguo de las doce tribus.

Yehovah Dios abarca en su abrazo salvador a todos los pueblos, razas y lenguas.

Hay un cambio de escenario (vs 9). Se describe el triunfo de los mártires testigos, Ekklesia en el cielo, ante el trono y el Cordero. Es muchedumbre inmensa e innumerable, pues abarca a todas las naciones.

Acontece, por fin, el cumplimiento de la vieja promesa hecha por Yehovah Dios a Abrahán sobre su descendencia (Génesis 22, 15-18).

La muchedumbre está de pie, en señal de victoria como el Cordero que “está de pie” (5, 6).

Endosan túnicas blancas, participan ya de la resurrección de Cristo y reciben el premio prometido. “Han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” (vs 14).

La escena que presenta los versos 15-17 es de victoria: cesarán todas las penalidades, Yehovah Dios enjugará todas las lágrimas y restañará todo lo hecho en Amor a su Dueño y Señor.

La razón de tanto bienestar es que Yeshúa ha Mashiaj resucitado, el Cordero, se convierte en nuestro pastor que nos conduce hacia las fuentes de la vida (Isaías 49, 10; Salmo 121, 6; Apocalipsis 22, 1).

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