Versos del 1 al 11
El pequeño libro. Aparece un ángel vigoroso. Sus rasgos deslumbrantes lo describen como una figura celestial muy cercana al Señor.
Tal como fue contemplado al inicio del libro (1, 9-20): le envuelve una nube, un arco iris nimba su cabeza, el brillo soleado de su rostro y la firmeza de sus pies son aspectos característicos del Señor.
Toda esta vistosidad iconográfica insiste en la trascendencia divina del personaje y en la gravedad del mensaje que va a proclamar.
Del sol surgiesen verticalmente dos enormes rayos, fulminando el universo, así apoya sus dos pies sobre el mar y la tierra este ángel.
Igual que un coloso que realiza un acto de posesión absoluta. En señal de dominio lanza un rugido de león.
El misterioso ángel levanta su mano al cielo (Deuteronomio 32,
40) para acompasar con su gesto un juramento solemne (Daniel 12,7).
Toma por testigo al mismo Yehovah Dios, aquí contemplado como el Viviente y el Creador de todo cuanto existe.
El contenido del juramento se refiere a la plena seguridad que el “Misterio” o designio universal de salvación se va a realizar por entero.
Yehovah Dios sostiene, orienta y empuja este cumplimiento. Mostrando la certeza de su consumación y en la seguridad ineluctable del triunfo final.
Tanta grandeza del ángel misterioso se concentra en el “pequeño libro” (así descrito en el griego del texto).
A saber, el plan de Yehovah Dios ha ido realizándose paulatinamente en la historia. Dentro de este proceso, Juan, como profeta, asume su importancia.
Ahora se revela el gesto simbólico del ángel que le ofrece el libro para que lo devore.
Juan se traga el libro, alusión al profeta Ezequiel quien realiza idéntica acción (Ezequiel 2, 8–3,3), interiorización de la Palabra de Yehovah Dios.
Por ello, es importante asimilar e incorporar, la Palabra de Yehovah Dios, para vivir la fuerza de Su Palabra.
El sabor que depara resulta agridulce. Por una parte, conlleva el gozo de anunciar el mensaje de Yehovah Dios; por otra, la amargura que implica el rechazo deliberado a la Palabra predicada. (Amos 3, 3-8; Jeremías 20, 9).