Versos del 1 al 5
Los salvados. Como contraste ante la capitulación casi generalizada de los habitantes de la tierra, los adoradores de la fiera (13, 8.12), queda un resto que está con el Cordero victorioso. Importa subrayar la novedad.
Ya no aparece Yeshúa ha Mashiaj en su egregia soledad (5, 1-14), sino acompañado de 144.000.
Este número (7, 4-8) representa el resto de Israel (Isaías 1, 9; 4, 2-3; 6, 13; Ezequiel 9, 1-4; Amos 3, 12): son la fuerza viva de la Ekklesia.
No llevan la marca de la fiera (13,16), sino grabado en sus frentes el nombre de Yeshúa ha Mashiaj y del Padre.
La Ekklesia está consagrada enteramente a Yehovah Dios: viven protegidos por ÉL y serán victoriosos con Yeshúa ha Mashiaj.
Hay que admirar la belleza del texto que logra hacer música hasta con la misma letra, con la cadencia de las palabras.
La música sinfónica se va modulando, en varios movimientos. Primero es voz celeste, luego se convierte en un trueno impetuoso, más tarde el trueno se refracta en voz de aguas torrenciales (Ezequiel 1, 24).
Y este inmenso fragor se remansa en música suave: el “de arpistas tocando sus arpas”; se escucha la música sagrada de la liturgia (5, 8; 15, 2; 18, 22).
El cántico nuevo es el que inaugura Yeshúa Ha Mashiaj con su misterio de muerte y resurrección. Sólo Él es la novedad absoluta.
Su triunfo posee el poder instaurador de hacer nuevas todas las cosas: el Nombre de Yehovah Dios, la ciudad de Jerusalén, la Ekklesía y el universo (2, 17; 3, 12; 21, 5).
Cinco rasgos caracterizan a los componentes del cortejo del Cordero, son vírgenes, es decir, se abstienen del culto de la idolatría (ya descrito en el capítulo 13).
Siguen al Cordero de manera fiel e incondicional hasta donde sea preciso. Han sido rescatados, a saber, son propiedad exclusiva de Yehovah Dios.
Tienen labios sinceros (Sofonías 3, 9.12-14), como el siervo del Señor (Isaías 53, 9) y el mismo Yeshúa (1 Pedro 2, 22). No practican la mentira, es decir, la idolatría (Isaías 44, 20; 57, 4).
En definitiva, frente a aquella visión negativa de la tríada demoníaca y sus secuaces, el libro ofrece ahora la positiva imagen de Yeshúa Ha Mashiaj victorioso y de la Ekklesia leal, una Ekklesia fiel y misionera, en marcha con su Señor.
Versos del 6 al 20
La hora del juicio. Aparecen tres ángeles. Son heraldos de Yehovah Dios y presagian los últimos acontecimientos.
El primero, bien visible en lo alto del cielo, proclama un mensaje universal. Urge la conversión (Hechos 14, 15; 1 Tesalonicenses 1, 9), pues ha llegado la hora del juicio.
El segundo ángel, para dar mayor realismo a la urgencia de la conversión, proclama como ya realizado el juicio definitivo sobre Babilonia, cuya destrucción será descrita más tarde (vs 18).
El tercer ángel anuncia el destino final del adorador de la fiera, como el castigo proverbial de Sodoma y Gomorra (Génesis 19, 24; Ezequiel 38, 22), y de oráculos de exterminio (Jeremías 25,15), se muestra la severidad del juicio divino.
Queda resumida en tres penas: negación de la vida “tormento de fuego y azufre”, privación de relaciones sociales “sube el humo de su incendio desde la ciudad desolada” y perennidad del sufrimiento, pues “no tienen reposo ni de día ni de noche”.
Los versos del 11-14 ofrecen otro momento de pausa sapiencial para no dejarse abatir por la suerte adversa de los idólatras.
Se requiere la constancia de los santos, gran capacidad de aguante y mantener la Fe de Yeshúa, el testigo fiel del Padre. El Ruaj Hakodesh resulta garante de una dicha inmensa. La Ekklesia, que mueren en Yeshúa, los que han permanecido fieles, son ya bienaventurados.
Se insiste en el comienzo sin retorno ya desde el momento de su muerte al mundo, carne y demonio son felices. No les aguarda una desdicha fatal (como a los adoradores de la fiera), sino una Bienaventuranza Eterna.
Sus obras de Amor no morirán perdidas estérilmente en el olvido sino que permanecerán para siempre.
Esta bienaventuranza, se une al cumplimiento de la proclama de los tres ángeles (vs 15-20): el juicio inapelable de Yehovah Dios.
Aparece el recolector es Yeshúa Ha Mashiaj, en figura humana y adornado con una corona de oro, característica de su victoria ya lograda (6, 2; 19, 2).
Tres ángeles, en claro paralelismo literario a los tres anteriores, son los encargados de interpretar y dar la orden de la ejecución (Mateo 9, 38).
La sangre que desborda de la cuba no forma un charco, sino un lago inmenso, que alcanza una altura desmesurada y se extiende ampliamente (300 kilómetros), demostrando la grandeza y severidad del juicio.