Versos del 1 al 11
Unción en Betania. Asistimos a una comida y una unción. La comida significa la alegría de la resurrección, la unción está dirigida a la sepultura de Yeshúa.
La comida reúne a Yeshúa con Lázaro. El hecho de que Lázaro esté a la mesa comiendo, quiere decir que está vivo.
Mientras que la principal intención de la unción no es de gratitud por el perdón de los pecados, como en Lucas 7, 38, tampoco por agradecimiento, aunque no se excluye del todo, por el hermano resucitado (vs 1).
El gesto es totalmente sorprendente. Yeshúa es ungido como se unge un noble cadáver. Si en Juan 11, 53 se dice que se ha decidido ya su muerte, aquí se anuncia su sepultura.
El olor del perfume que llena toda la casa se opone al olor de muerte que impregnaba el relato anterior (la resurrección de Lázaro), es el olor de la vida que triunfa sobre la muerte.
El evangelista hace un fiel retrato de la familia de Lázaro y acentúa, en fuerte contraste, dos figuras: la espléndida generosidad de María y la rastrera actitud de Judas.
Lázaro, el discípulo, el que comparte la mesa con Yeshúa, va a ser perseguido a muerte por los judíos (vs 10-11), igual que el Maestro.
La persecución se dirige no sólo al enviado de YEHOVAH Dios, sino también a quien es testimonio vivo de su victoria.
Versos del 12 al 19
Entrada triunfal en Jerusalén. Esta escena está descrita de manera parecida a la narración sinóptica, aunque con más brevedad y con algunas notas peculiares.
Yeshúa va a Jerusalén sin que se indique ningún preparativo para su recibimiento.
Es el pueblo quien viene “hacia Él”, expresión que designa la acogida solemne hecha a un personaje importante.
La multitud no porta ramos arrancados a los árboles sobre la marcha, sino palmas.
En el mundo antiguo y especialmente atestiguado en los documentos judíos, las palmas son señal de victoria (1 Macabeos 13, 51; Apocalipsis 7, 9).
La multitud entona el Salmo 118, 25 (vs 13). Yeshúa, muerto y resucitado, es el que simbólicamente avanza montado en un burrito y aclamado como rey por la multitud, que preludia figurativamente a toda la humanidad unida bajo su soberanía.
Versos del 20 al 36
Los griegos y Yeshúa. Sin que sepamos cómo ni dónde, dejando pendiente la narración de la entrada de Yeshúa en Jerusalén, Juan nos refiere la aparición de unos griegos, que quieren “ver” a Yeshúa (vs 21).
Representan las primicias de la gentilidad; son la vanguardia de la humanidad que viene a Yeshúa.
Su venida plena a la Fe acontecerá después de Pascua; pertenecen a los que creen sin haber visto (Juan 20, 29).
A continuación, Yeshúa en una serie de breves pinceladas declara con un lenguaje altamente conmovedor la significación de su muerte.
La “necesidad” de su muerte es ilustrada en la parábola del grano de trigo que cae en tierra para dar fruto (vs 24).
Está construida en perfecta antítesis: no muere/muere; queda solo/da mucho fruto.
Se trata del efecto universal de la salvación que va a conseguir la muerte de Yeshúa (Juan 10, 15-18; 11, 51-52).
Los versos 27-28 corresponden a la oración de Getsemaní (Mateo 26, 36-46; Marcos 14, 32-42; Lucas 22, 40-45).
Yeshúa acepta su misión y se abraza a la voluntad del Padre en una oración tan breve como generosa: “Padre, da gloria a tu Nombre”.
Esta invocación corresponde a la petición del Padre nuestro: “Santificado sea tu nombre” (Mateo 6, 9), mediante la cual se desea no que la humanidad glorifique a YEHOVAH Dios, sino que YEHOVAH mismo se haga conocer en el mundo.
Para Yeshúa la gloria del Padre se convierte en su propia gloria. Una voz del cielo confirma y sella la decisión de Yeshúa: “Lo he glorificado (en el ministerio de Yeshúa) y de nuevo lo glorificaré” (en su muerte y resurrección).
Yeshúa va de manera resuelta e imparable a realizar su hora, urge aprovechar el tiempo, el poco tiempo que queda.
El verso 35 es la última sentencia de Yeshúa en el mundo, se convierte en imperiosa llamada a aprovecharse de la luz antes de que sea demasiado tarde.
Hay que decidirse: “Crean en la luz, y serán hijos de la luz”. La escena acaba con la proclamación: “se apartó de ellos y se escondió” (vs 36b).
Es el final del ministerio público de Yeshúa ante el mundo, que se ha extendido a lo largo de los doce primeros capítulos.
La luz se retira; los incrédulos permanecen en tinieblas.
Versos del 37 al 44
Fin del ministerio público de Yeshúa, ya no va a hablar más en público.
El evangelista antes de continuar con su relato, hace una retrospectiva sobre el rechazo con que la humanidad ha respondido al Salvador, cuando éste ha salido a su encuentro.
Actitud de asombro y sorpresa del evangelista (vs 37-43). Yeshúa ha realizado tan maravillosos signos que deberían haber conducido a la gente de su pueblo a la Fe.
Sin embargo, la respuesta ha sido negativa, una repulsa generalizada.
Tanto conmociona esto al evangelista que piensa que es algo sobrehumano, por ello y para evitar nuestro escándalo, quiere hacernos ver que ya estaba previsto en los planes de YEHOVAH Dios: “Así estaba escrito”.
Hay, no obstante, algunos que han creído, pero no fueron valientes; el miedo les impidió confesar abiertamente a Yeshúa.
Versos del 44 al 50
Apertura a la salvación. El evangelista no pretende acabar con una sensación de incredulidad.
Reúne un buen número de palabras de Yeshúa, intentando abrir al lector al mensaje de la salvación.
Representan la conclusión última del ministerio público.
Constituye una llamada vehemente a escuchar y guardar la Palabra.
Yeshúa es el enviado del Padre, está unido al Padre por un vínculo inefable y esencial; quien le ve a Él, ve al Padre (vs 44-45).
Su venida al mundo constituye la llegada de la Luz que quiere despertar la Fe de los hombres y mujeres, para que no sigan en las tinieblas (vs 46).
Su Palabra da vida a los que la acogen (vs 47); juzga a quienes la rechazan (vs 48).
Yeshúa no habla de sí mismo, es el revelador del Padre y ha sido enviado para cumplir su mandamiento, que es dar la vida eterna (vs 49-50).