Versos del 1 al 10
Comparación entre los bienes futuros y los presentes. Recordando la vida en “tiendas de campaña” de los israelitas durante su travesía del desierto, aplica la imagen a nuestro cuerpo mortal que es como una “tienda” que se monta y se desmonta (Isaías 38,12; Job 4,19-21).
En contraste con las casas “permanentes” que se encuentran en la Tierra Prometida (Deuteronomio 6, 11; Josué 24,13), construidas por Yehovah Dios, en alusión a la resurrección.
La vida del cristiano en este mundo transcurre en esta tensión escatológica entre lo provisional que experimentamos y lo permanente que nos espera.
Esta situación produce en el Apóstol un anhelo apasionado por estar y vivir con Cristo definitivamente.
A la imagen de la morada definitiva con la que ha venido jugando, el Apóstol superpone otra imagen bíblica, la de vestirse y revestirse, para darnos una frase densa, preñada de contenido simbólico: “suspiramos con el deseo de revestirnos aquella morada celestial” (vs 2).
Los judíos consideraban afrentosa la desnudez, recuerdo permanente del pecado (Génesis 9, 18-24).
La persona justa, por el contrario, está vestida de ropas de salvación y del manto de la justicia (Isaías 61,10).
Tomando la imagen y refiriéndose al cristiano, Pablo dirá que tiene que estar vestido con la armadura luminosa (Romanos 13, 12), con la coraza de la fe y del amor (1 Tesalonicenses 5, 8) y de la justicia (Efesios 6,14), revestidos del Mashiaj.
Vivir en “tiendas” es para el Apóstol un “sinvivir”, un destierro que atravesamos agarrados a la Fe, pero animosos y esperanzados como desea y espera el orante iluminado (Salmo 65, 5; 84, 2-3).
Al final, sin embargo, el Apóstol aterriza de nuevo en la realidad cotidiana de su ministerio.
Lo importante, ya sea viviendo en “tiendas” o en la “habitación definitiva”, es agradar a Yehovah Dios, hacer su voluntad tal y como Pablo lo intenta hacer en su vida misionera de la que deberá rendir cuentas al final de la jornada.
Versos del 11 al 16
El criterio de la Fe. Pablo sigue defendiendo su ministerio frente a ataques y reticencias. Se puede leer entre líneas lo que sus enemigos le achacaban, ser un visionario y un exaltado.
¿Pretendían socavar por ahí su autoridad como apóstol?.
La línea de defensa de Pablo es el respeto debido a Yehovah Dios (vs 11), que le hace estar siempre como al desnudo ante su presencia.
De ahí la sinceridad y la franqueza con que siempre ha procedido en su ministerio. Espera que los corintios reconozcan también esta transparencia de su actuar.
Es más, por lo que vale y porque lo manifiesta con sinceridad y modestia, los corintios pueden estar orgullosos de su apóstol y enfrentarse con los que aparentan sin tener sustancia.
Hay que entender esta frase en su contexto polémico. Había gente en Corinto que negaba los méritos de Pablo para afirmar su propia valía y autoridad.
A la luz de 11, 19-22 podría decirse que se trata de líderes cristianos judaizantes que se jactaban de algo externo como la circuncisión.
Frente a ellos, ¿qué deben hacer los corintios? Cerrar filas y afirmar el valor y la autoridad de su apóstol.
Por lo demás, Pablo en todo procede con respeto a Yehovah Dios y amor a Cristo; un amor que corresponde al amor sacrificado de Yeshúa. Vivir para Cristo es vivir sin egoísmo el amor a los hermanos y hermanas (Gálatas 5,13-15; Romanos 14,15).
Para el Apóstol esto es amar y comprender a Cristo superando criterios puramente humanos.
En su primera época, Saulo juzgaba a Yeshúa con criterios inadecuados y lo perseguía, hasta que se le reveló en el camino de Damasco, desde aquel momento, Pablo empezó a comprender de otra manera.
Esta nueva manera de juzgar es la que él quiere que usen los corintios, no solamente con él mismo sino con todos sin excepción.
Versos del 17 al 21
El mensaje de la reconciliación. Llegamos a la parte exhortativa de esta sección de la carta.
Pablo ha defendido la autenticidad de su misión entre los corintios contra los oportunistas y falsos apóstoles que la estaban socavando con críticas y difamaciones.
El Apóstol desea la reconciliación, y no solamente a título privado, sino como mediador de la fe de su querida comunidad.
Es decir, lo que está verdaderamente en juego no son sus relaciones estrictamente personales con los corintios, sino la comprensión y aceptación por parte de éstos del Evangelio que les ha anunciado.
El asunto es grave, afecta nada menos que a la salvación de la comunidad.
¿Cómo podrán reconciliarse con Yehovah Dios sin que esta reconciliación pase por la reconciliación con el enviado y embajador de Cristo, cuyo servicio es justamente el “ministerio de reconciliación”?.
La lógica de Pablo es aplastante. El Apóstol comienza señalando la consecuencia fundamental para el cristiano de la muerte y resurrección de Cristo: la creación de una nueva humanidad integrada por criaturas nuevas (Salmo 51, 12).
Este paso de lo “antiguo” a lo “nuevo” es concebido por Pablo como una “reconciliación radical con Yehovah Dios” que afecta no solamente a las conductas individuales “antiguas”, sino que está inaugurando la fase definitiva de la historia de la salvación.
Es la vuelta del destierro (Isaías 43, 18) a un cielo nuevo y a una tierra nueva (Isaías 65, 17).
El ser humano, por sí mismo, es incapaz de reconciliarse con Yehovah Dios. Es Yehovah Dios, en su gran amor, quien decide hacerlo, y lo hace por medio de Cristo que carga con las culpas ajenas (Isaías 53, 12).
El ser humano simplemente se deja reconciliar, responde a la oferta removiendo obstáculos y aceptando.
Para explicar cómo se realiza esta reconciliación, el Apóstol usa una de esas frases en que apura la expresión hasta los límites del lenguaje.
Dice literalmente en griego: “A aquel que no conoció el pecado, Yehovah Dios lo trató por nosotros como un pecador, para que… fuéramos inocentes ante Yehovah Dios” (vs 21).
Sopesa, mide y calcula cada palabra (Romanos 8, 3).
En realidad, con esta frase Pablo no explica nada, ni lo pretende, ni quiere hacer teología alguna sobre la redención. ¿Cómo se puede explicar lo inexplicable?.
El Apóstol sólo intenta verter en estas expresiones torturadas en Gálatas 3,13 dirá que Cristo se hizo por nosotros “maldición” su asombro ante la locura del amor infinito y sin condiciones de Yehovah Dios por todos nosotros, manifestado en la muerte en la cruz de Su hijo Yeshúa.
Pablo lo experimentó en Damasco y quiere transmitir su experiencia a los corintios.