Mosqueteros de Yehovah

Juan Capítulo 18

Versos del 1 al 14

Arresto de Yeshúa. Juan no menciona la agonía ni el beso de Judas ni la huida de los discípulos.

Le interesa mostrar la sublime majestad de Yeshúa.

La declaración de Yeshúa: “Yo soy”, sin paralelo en los sinópticos y por tres veces repetida (vs 5. 6. 8), revela la divinidad de Yeshúa y asume el valor de una teofanía, que deja a quienes lo buscan prosternados ante YEHOVAH.

La reacción de los adversarios de Yeshúa es exactamente la que los salmos atribuyen a los enemigos del justo perseguido (Salmos 6, 10; 27, 2; entre otros).

Yeshúa los enfrenta con autoridad: “Si me buscan a mí, dejen ir a éstos” (vs 8).

Es el buen Pastor que da la vida por las ovejas (Juan 10, 15. 18).

El verso 11 nos ofrece el equivalente de la escena de Getsemaní (Mateo 26, 39).

“¿Acaso no beberé la copa que me ha ofrecido mi Padre?”.

Yeshúa no pide que YEHOVAH Dios lo aleje de esa copa amarga; Él acepta la pasión como un don concedido por el Padre.

El evangelio nos invita a entrar con Yeshúa en la pasión voluntaria del Hijo de YEHOVAH.

Versos del 15 al 27

Yeshúa ante Anás. Negaciones de Pedro. Este episodio no constituye un verdadero proceso de sentencia, puesto que el Sumo Sacerdote con el gran Consejo ya había decretado la muerte de Yeshúa.

Si Juan lo narra se debe a la importancia de las declaraciones de Yeshúa.

El interrogatorio está deliberadamente encuadrado dentro de las negaciones de Pedro (vs 17-18 y 25-27), cosa que no hacen los sinópticos.

No se trata de un descuido del evangelista, su finalidad es presentar el profundo contraste entre la traición y el testimonio.

El discípulo Pedro, uno de los que estaba con Yeshúa, niega cobardemente a su Maestro; Él, en cambio, verdadero mártir de la Fe, confiesa delante del Sumo Sacerdote su identidad.

El evangelista omite el llanto del arrepentido y la mirada de Yeshúa (Lucas 22, 61-62).

Se ha cumplido su predicción y Yeshúa se ha quedado solo.

El sumo sacerdote interroga a Yeshúa sobre sus discípulos y su doctrina, Él contesta de tal manera que su respuesta evoca toda su revelación, la de traer al mundo la Palabra de revelación (Juan 12, 48-50).

No se dan detalles históricos sobre el juicio del Sanedrín como acontece en los sinópticos, porque para el evangelista el proceso judío ha perdido todo valor.

Versos del 28 al 40

Yeshúa ante Pilato. Condena a muerte. ÉL manifiesta su gloria como Rey y como Verdad, juzga al mundo al ser juzgado.

Para el evangelista lo que aquí sucede no es tanto el proceso político delante del magistrado romano, cuanto el gran proceso entre Yeshúa y los judíos.

Yeshúa es el punto firme ante el que se están enjuiciando a sí mismos los judíos y es verdaderamente el que juzga a todos, al no ser reconocido como “el testigo de la verdad”.

Entrada en el pretorio (vs 28). De mañana, Yeshúa es llevado de casa de Caifás (vs 24) al pretorio, inmediatamente después de la segunda sesión del Sanedrín, donde fue sentenciado a muerte por los judíos.

Los judíos no entran en el pretorio romano para no contaminarse.

Ironía: ¡no quieren mancharse en casa de un gentil y sin embargo están entregando a muerte a un inocente!.

Los judíos lo entregan a Pilato (vs 29-32). El magistrado romano no quiere saber nada de este asunto religioso judío, que lo juzguen según la Ley de Moisés.

Los judíos reconocen no tener autoridad legal sobre Yeshúa, buscando ratificar una sentencia que sólo Pilato puede autorizar, la crucifixión.

Diálogo entre Yeshúa y Pilato, sobre la acusación (vs 33-38a).

Este diálogo permite a Yeshúa explicar el verdadero sentido de su realeza (vs 37).

Yeshúa es efectivamente rey, pero no como los reyes de este mundo.

Su reino no posee el alcance de una proclamación política, consiste en dar testimonio de la Verdad (revelación) que es Él.

Esta revelación es el fundamento de su realeza. Pilato intenta liberar a Yeshúa (vs 38b-40).

Pilato, que no ha captado el sentido de la realeza de Yeshúa, pero convencido de su inocencia, busca liberar a Yeshúa por un procedimiento legal, la amnistía pascual.

Esto facilitaría a los judíos renunciar a su demanda judicial de manera honorable, pero los judíos se decantan por Barrabás.

El contraste es patente, los judíos y el mundo prefieren a un asaltante antes que acoger a la Verdad.

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