Versos del 1 al 17
La vid verdadera. El relato de la vid no es, en rigor, una parábola ni una alegoría, sino una fórmula de presentación, de identificación y reconocimiento.
Yeshúa realiza cumplidamente lo que esta imagen significa. Él es la vid verdadera sin atenuaciones de ninguna clase.
Esta imagen de la vid no evoca una estampa bucólica del campo, sino que posee connotaciones de rivalidad y enfrentamiento.
Yeshúa, vid verdadera, se halla en relación de oposición y superación del Antiguo Testamento.
Se opone frontalmente al judaísmo, caracterizado en sus símbolos más conocidos, el emblema del templo era una inmensa vid de oro; lo mismo de la sinagoga de Yamnia.
Yeshúa es la vid verdadera (vs 1), es el nuevo Israel en oposición al Antiguo, que no ha dado los frutos esperados.
También se contrapone a otras vides que, comparadas con Él, no han resultado ni fructíferas ni eficaces.
El dueño de la vid es el Padre (vs 1). La poda tiene una finalidad: que la vid dé fruto abundante (vs 2).
El sarmiento que no dé fruto tiene su cosecha: será arrancado. El Padre realiza la poda cuidando solícitamente de la vid.
Al don del Padre corresponde la colaboración del discípulo, puesto que el discípulo se caracteriza por permanecer en Yeshúa (vs 4), ser lo que ya se es injertado en Él.
Yeshúa mismo responde a su vez a esta colaboración permaneciendo en el discípulo. Acontece una inmanencia recíproca, una comunión personal, íntima.
Sin embargo, esta inmanencia no es exclusivamente individual, entre Yeshúa individuo y un cristiano individualmente.
Encontramos en Yeshúa a todos los seres humanos.
Pablo en 1 Corintio 12, 12-27 habla del cuerpo de Yeshúa en cuanto contiene a los miembros vivos de Yeshúa.
¿Qué quiere decir “dar fruto abundante”? (vs 8).
El permanecer en Yeshúa implica necesariamente dar fruto. Inmanencia y productividad se condicionan mutuamente.
El dar fruto no puede entenderse como un activismo ni la permanencia como una pasividad.
La permanencia se muestra esencialmente dinámica, fructificando.
El hecho de dar fruto aparece con un doble sentido.
Por una parte, los discípulos deben hacerlo hacia dentro: permanecer en Yeshúa mediante el amor fraterno y, en consecuencia, ser “una sola cosa”.
Y por otra, deben hacerlo hacia fuera: los discípulos deben comprometerse en la misión, tal como el mismo Yeshúa declara: “para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17, 21b).
Versos del 18 al 27
El odio del mundo. Los discípulos al haber sido elegidos por Yeshúa (vs 16) ya no pertenecen al mundo, entiéndase por mundo toda realidad que rechaza el proyecto de Yeshúa.
Por eso el mundo odia, está enfrentado, a los discípulos.
La suerte del discípulo no puede ser distinta a la suerte del Maestro comenta el evangelista, si el Maestro fue rechazado, perseguido y odiado, también lo serán los discípulos.