Versos del 1 al 37
Hay que enmendar la vida para salvar la vida. Arrepentirse es sabiduría (Salmo 51, 8), enmendarse es enfilar el camino de la sabiduría.
Israel todavía puede volver al buen camino, el de YEHOVAH DIOS, el de la sabiduría. Aunque sus individuos hayan de morir como hombres, el pueblo seguirá viviendo como pueblo de Dios.
Si otros pueblos fracasaron por no encontrar esa sabiduría, Israel fracasó porque conociéndola, no la siguió.
Continua con la sabiduría de los mandatos de YEHOVAH DIOS que son de validez eterna y la Restauración de Jerusalén.
Después de la confesión de pecados y de la invitación a la enmienda, viene el oráculo de salvación y consuelo.
Es un poema inspirado de cerca en modelos de Isaías 40–66, sobre todo por la imagen matrimonial y el estilo de apóstrofe lírico.
La relación de YEHOVAH con el pueblo está vista aquí en una imagen familiar.
YEHOVAH es el padre que ha criado al pueblo (Deuteronomio 8, 5; Isaías 1, 2).
Jerusalén es la madre del pueblo, pues representa a la comunidad en su valor fecundo y acogedor (Isaías 49; 54; 66, 7-14).
YEHOVAH es el esposo de Jerusalén, como indican dichos textos y también Isaías 62, 1-9.
El padre exige respeto (Malaquías 1, 6), castiga a los hijos para mejorarlos (Oseas 11).
La madre no puede contenerse (Isaías 49, 15), se deja llevar de la compasión, aunque sus hijos sean la causa de su pesar.
Exhorta a los hijos e intercede ante el marido (compárese con la actitud de Moisés en Números 11).
Abandonada del marido, la ciudad se encuentra en la posición social de una viuda sin medios (Isaías 50, 1; 54, 4).
Tampoco la pueden ayudar sus hijos, muertos o desterrados (Isaías 51, 18). A pesar de todo, sigue confiando y esperando.
Ya siente la inminencia de la salvación, obra de Dios, renovación del antiguo éxodo.
El profeta se dirige al pueblo (vs 5-8), Jerusalén a sus vecinas (vs 9-16) y a sus hijos (vs 17-29).