Versos del 1 al 15
Finge ser necio polemizando. Lo que va a decir a continuación puede sonar a desatino propio de un necio.
Al asumirlo y declararlo necedad, Pablo lo exorciza, lo purifica y lo convierte en un arma polémica contra sus contrincantes.
No en vano se ha llamado a esta parte de la carta: “discurso de locura”. A todo está dispuesto el Apóstol para defender el Evangelio que predica, incluso a hacerse pasar por un “necio” gloriándose a sí mismo.
Tenemos aquí a un Pablo consumido por los celos. Los compara con los “celos” de Dios (Éxodo 20, 5; 34, 14) de los que se hicieron portavoces los profetas de la Biblia para defender la alianza de bodas entre Yehovah Dios y su pueblo (Isaías 54, 5; Ezequiel 16).
Yehovah Dios quiere ser el amor único de sus elegidos (Zacarías 1, 14; 8, 2) y no tolera amoríos con otros dioses.
Se compara después con un padre que da su hija a un novio y se compromete a que permanezca virgen hasta el día de la boda.
Encargado de protegerla, vive solícito y vigilante y carga, por así decirlo, con los celos del futuro marido (Efesios 5, 26).
La desposada es la Ekklesia de Corinto. Yeshúa es el esposo. Pablo el guardián.
El peligro de seducción existe, por eso al Apóstol le viene a la mente la imagen del paraíso (Genesis 3, 4; Apocalipsis 14, 4).
La serpiente quiere que Eva, la esposa, sea infiel. Los corintios están en peligro se ser seducidos por agentes de la serpiente que presentan un Yeshúa, un Espíritu y un Evangelio extraños, que no son los que el Apóstol les anunció.
Se vuelve después ¿todavía en clave de necio? a retorcer argumentos y pretensiones de los rivales que predican “un evangelio distinto”, alegando ser superiores a Pablo.
La marca primero con una expresión irónica: “esos superapóstoles” (vs 5); los desenmascara con frases durísimas: “obreros fingidos, disfrazados de apóstoles” (vs 13), para amenazarles con que “su final responderá a sus obras” (vs 15).
Un apóstol que se estime, parece decir sus rivales, se hace pagar dignamente sus servicios, como hacían los sacerdotes y algunos profetas del Antiguo Testamento (1 Samuel 9, 7-8).
Pablo, en cambio, es un pobretón que no estima a sus oyentes ni a su ministerio.
El Apóstol se gloría precisamente de lo contrario, de su desinterés, de su predicación gratuita que no es desprecio sino amor, el cual a la larga acreditará la autenticidad de su misión.
Versos del 16 al 33
Alardes de un necio fingido. Retoma el papel de necio para recitar gozos y penas, méritos y flaquezas de su ministerio. En realidad, enumera más flaquezas que méritos.
Esta fingida necedad nos permite asistir a la semblanza impresionante de un modelo perpetuo de apóstoles y líderes cristianos.
Pero si cuanto dice se lo dicta la necedad, recurso literario, la fingida necedad se la inspira Yehovah Dios.
Comienza reprochándoles a los corintios, tan sensatos ellos, ironiza Pablo, que se dejen devorar, despojar y despreciar por los “superapóstoles”.
Con esta dureza interpreta el Apóstol la predicación de un falso evangelio. Deberían haber mostrado más sentido común frente a tales predicaciones, y retóricamente dice a sus lectores que se arrepiente de haber sido blando con ellos.
Pues bien, si sus adversarios se atreven a alardear y jactarse de los propios méritos, Pablo los va a superar a todos. De nuevo insiste en que lo que va a decir lo dice como necio.
Comienza recordándoles que él es tan hebreo, tan israelita y tan del linaje de Abrahán como lo puedan ser sus contrincantes.
En ese terreno, no lo superan en nada. Sin embargo, si de lo que verdaderamente se enorgullecen sus rivales es de sus méritos apostólicos, Pablo los supera cómodamente.
Ya continuación, enumera una paradójica lista, no precisamente de éxitos, no de comunidades fundadas o viajes realizados, conversiones, bautismos, entre otros, de los que podría presumir, sino de su largo camino misionero recorrido a la sombra de la cruz de Cristo, sufrimientos, privaciones, fatigas, persecuciones, castigos, peligros de muerte, entre otros.
Sólo la “cruz de Cristo” que lleva a cuestas un apóstol confirma su legitimidad y el poder de su apostolado. Ésta es la lección fundamental que nos da aquí Pablo.
El Apóstol nos tiene acostumbrados en sus cartas a listas de sufrimientos semejantes (Romanos 8, 35; 1 Corintios 4, 9-13), pero ésta es la más larga y detallada. Las circunstancias la hacen necesaria.
Alude, por fin, al sufrimiento quizás más intenso y evangélico que el Apóstol está viviendo justamente mientras escribe.
Su preocupación por las Iglesias que ha fundado y que le hace estar en ascuas, enfermo de ansiedad como lo está ahora, a causa de los corintios.
Termina poniendo a Yehovah Dios por testigo de que todo lo dicho es verdad y que, si de algo tiene que presumir, es de su debilidad.