Versos del 1 al 16
Conquista de Jerusalén y profanación del Templo. El autor describe con detalle los hechos que confirman que estamos en la etapa de la maldad.
Los protagonistas del mal son Jasón, Menelao “judíos renegados” y el rey Antíoco IV.
El orden de las expediciones e intervenciones de Antíoco en Jerusalén no coinciden con 1 Macabeos 1, 16-24 (Daniel 11, 25-30) de todas maneras, en rigor histórico, es más confiable el orden presentado por el Primer libro de los Macabeos.
Hay que entender que el autor resume todo en un solo relato, lo que implica no ser muy estricto en fechas y lugares geográficos.
En los versos del 1 al 4 el relato comienza con la aparición de un ejército celeste que acecha la ciudad, un recurso literario utilizado por el autor para preparar al lector de las desgracias que están por ocurrir.
En el verso 10, la muerte de Jasón está acompañada del peor castigo para un judío, no ser sepultado junto a su familia (Genesis 49, 29; 50, 25; 1 Reyes 2, 10).
Es comprensible dentro de la lógica de la ley del Talión, sin embargo, también podríamos mirarlo en clave paulina cuando afirma que cada uno recoge lo que siembra (2 Corintios 9, 6).
En el verso 15 se menciona los tres elementos que constituyen la columna vertebral del judaísmo postexílico, el Templo, la Ley y la patria (nación).
Estos aspectos que no son negativos en sí mismos, se vuelven negativos al ser discriminatorios racialmente, manipulables legalmente y fundamentalistas religiosamente.
Jesús asume una posición crítica, al Templo lo llama “cueva de asaltantes” (Mateo 21,13) y ve la necesidad de destruirlo como signo de muerte para reconstruirlo en tres días como signo de vida (Mateo 24, 1-2; 26, 61; Juan 2, 19).
Frente a la Ley, ve la necesidad no de abolirla sino de rescatarla de la mentira y la manipulación (Mateo 5, 17; 23, 23; Lucas 11, 45-52).
Ante la patria, Jesús se muestra como un hombre profundamente israelita pero radicalmente universal, hasta el punto que a sus discípulos los envía a anunciar el evangelio a “todos los pueblos” o “naciones” (Mateo 28, 19; Lucas 24, 47).
Versos del 17 al 20
El hecho que Dios permita que esto ocurra como castigo a un pueblo pecador, especialmente por la corrupción del Templo, contrasta con otro hecho, donde Dios sí intervino cuando el sumo sacerdote era el buen Onías (2 Macabeos 3, 1) y el Templo quiso ser saqueado por Heliodoro.
No es que Dios esté ausente en el Templo, sino que su presencia no se percibe por el humo de pecado que envuelve el lugar.
La expresión “el pueblo no es para el Templo, sino el Templo para el pueblo”, demuestra que el Templo no es un fin en sí mismo sino un medio en el camino de la Salvación.
Versos del 21 al 27
La mayor parte del capítulo es una descripción detallada y dolorosa de las desgracias que sufre el pueblo, muerte de millares de inocentes (vs 12- 14. 26), profanación y saqueo del Templo (vs 15- 16. 21), tortura y esclavitud (vs 22. 24).
Hay que destacar que el autor reconoce el poder que tiene el mal en la sociedad.
El mal no se derrota desconociéndolo sino enfrentándolo con las armas del Evangelio.
En el vs 27 la magnitud de la maldad sigue abriendo camino a la intervención de Judas Macabeo, quien por ahora se prepara en el desierto.
El desierto, según la experiencia del Éxodo, es el lugar donde se toma conciencia, se opta y se prepara para asumir el proyecto de Dios, que no es otra cosa que hacer del mundo la tierra prometida.
La insistencia en la pureza pone a Judas muy cerca del estilo de vida de los piadosos, conocidos más tarde como fariseos.