Versos del 1 al 6
Predicación sincera. Pablo reivindica su ministerio respondiendo a las acusaciones de sus enemigos.
Dice que el ministerio es puro don y por ello impone responsabilidad (1 Timoteo 2, 5).
A la franqueza y sinceridad responsable que antes mencionó se oponen dos tácticas: ocultar con vergüenza y deformar por astucia.
Pablo, que apelaba antes al juicio de su propia conciencia, se somete ahora al juicio de la conciencia de los otros (1, 12), pero “en la presencia de Yehovah Dios”, es decir, pidiendo honestidad en los razonamientos.
Ni la codicia, la adulación, la hipocresía o la adulteración de la Palabra de todo esto le acusaban forman parte de su proceder como apóstol.
Se le podría objetar: si el mensaje es tan valioso y el que lo transmite tan sincero, ¿cómo se explica que tantos lo rechacen, no sólo judíos sino también paganos?.
Responde: no está encubierto el mensaje, sino que muchos se niegan a creer voluntariamente (Isaías 6, 9; 56,10); son aquellos a quienes “por su incredulidad el dios de este mundo les ha cegado la mente para que no les amanezca la claridad de la gloriosa Buena Noticia de Cristo” (vs 4).
Pablo sigue su defensa afirmando que él no se anuncia a sí mismo sino al Mashiaj y su ministerio es de servicio, llevado a cabo en la humildad, en la pobreza y en el sufrimiento.
Es un ministerio sin brillo ni prestigio humanos. Sin embargo, es precisamente en esta oscuridad donde aparece y se experimenta la gloria de Yehovah Dios que resplandece en el rostro de Yeshúa (Isaías 9, 1).
¿Está recordando el Apóstol su camino de Damasco, cuando la luz de Cristo brilló en las tinieblas de su ceguera?.
¿Está defendiendo su compromiso evangelizador llevado a cabo en la oscuridad de la humildad y la pobreza donde brilla la luz de Cristo?
Éste es el ministerio que Pablo defiende contra sus detractores.
Versos del 7 al 18
Confianza en Yehovah Dios. Estamos llegando a la parte central de la carta.
Hasta aquí, Pablo se ha defendido de los predicadores adversarios. Ahora va a exponer su “ideal” de la misión de un apóstol de Cristo.
Habla con el corazón en la mano, curtido por largos años de experiencia misionera. Comienza con la imagen bíblica de las “vasijas de barro” que recuerdan la creación del hombre y de la mujer del barro de la tierra (Génesis 2,7; Salmo 103, 14).
También puede aludir a Jeremías en el taller del alfarero (Jeremías 18, 1-17).
La “fuerza de Yehovah Dios” rebasa la capacidad de la vasija y rebosa demostrando su acción. Lo importante es lo que el envase “contiene”, no el recipiente en sí. El contenido es el tesoro.
Pablo es esa vasija de barro: pura fragilidad humana, agudizada por los avatares de su apostolado.
El Apóstol nunca ha ocultado en sus cartas sus sufrimientos y penalidades (vs 23b-29; 12, 10; Romanos 8, 35).
Aquí, sin embargo, une sufrimientos a triunfos en una lista de antítesis que va a vincular a la paradoja entre la muerte y vida de Yeshúa.
No cede al temor de verse aplastado (Ezequiel 2, 6) ni pide el milagro de verse libre de dificultades (Jeremías 45), sería negar una parte esencial del misterio pascual de Yeshúa, su cruz.
Pablo está convencido que “un crucificado” es el mensajero más apto del Crucificado.
Pero, así como la muerte de Cristo acabó en vida para él y para todos, así los sufrimientos del Apóstol son fuente de vida para la comunidad: muerte en nosotros y en ustedes la vida (vs 12).
Con esa esperanza, el Apóstol sobrelleva gozosa y confiadamente sus desgracias, haciendo suyo un verso del Salmo 116, 10: “creí y por eso hablé” (vs 13), para terminar, afirmando que “quien resucitó al Señor Yeshúa, nos resucitará a nosotros con Yeshúa y nos llevará con ustedes a su presencia” (vs 14).
Vs 16-18 Esperanza de la gloria. Pablo se siente sometido a un movimiento doble y opuesto, de decadencia física y aun mental, por una parte, y de crecimiento diario espiritual, por otra.
Es como si actuaran en él dos fuerzas contrarias, una de “corrupción” y otra de “renovación”. La una afectando al hombre exterior y visible, la otra al interior o invisible.
El Apóstol no se acobarda ni se desanima, sino todo lo contrario, pues no existe proporción entre la corrupción y la renovación, ya que la tribulación presente nos produce una carga incalculable de Gloria perpetua (vs 17-18).
Esta desproporción entre sufrimiento y gloria esperada la aplica Pablo a todo cristiano en Romanos 8, 18.