Versos del 1 al 4
Dada la situación en Corinto, habría tenido que presentarse y actuar con gran severidad, causando profunda tristeza y provocando, quizás, un clima de tensión excesiva, cuando lo que hacía falta era gozo compartido.
Por eso ha preferido afligir por carta, sanar a distancia. Al Apóstol le costó mucho escribir esa carta severa, de gran dureza, angustias, ansiedad, lágrimas porque ama a los corintios.
Se trata con toda probabilidad de la que se conserva fragmentariamente en los capítulos 10–13.
No olvidemos que el Apóstol escribió varias cartas a la comunidad, de las que sólo sabemos por los fragmentos que el recopilador intercaló en la presente “segunda carta a los Corintios”.
La próxima visita será serena y gozosa, dice Pablo. El gozo tiene que ser sentimiento compartido.
El Apóstol refleja esta situación en su forma de expresarse: la palabra “afligir”, “aflicción” se repite ocho veces, en contraste siempre con el “consuelo”.
Estos problemas concretos con los corintios le ofrecen a Pablo la oportunidad de ir señalando las características de todo ministerio apostólico o liderazgo cristiano, tan válidos para entonces como para ahora.
Ha hablado antes de la sencillez y la sinceridad que hacen del líder cristiano una persona honesta y transparente. Ha hecho hincapié en la alegría que lleva consigo el anuncio del Evangelio y que es consecuencia de la Fe.
Sin alegría y gozo no hay Evangelio (Romanos 14, 17; Filipenses 4, 4). Ha hablado del amor, de la comprensión y del perdón, que no están reñidos con la denuncia valiente y genuina.
Finalmente, dice que no quiere ser el dueño de la fe de los corintios, sino un pastor atento.
“Ser dueño” viene de la raíz de “señor” y como el único Señor es Yeshúa ha Mashiaj, nadie puede ni debe sentirse dueño de los otros cristianos (1 Pedro 5, 3).
Versos del 5 al 13
Perdón para el ofensor. Aunque parezca uno solo el ofendido, ofensa, castigo saludable y perdón tienen alcance comunitario.
“Alguien” influyente en Corinto había agitado a otros contra Pablo y todos deberían haberse dados por ofendidos.
En asamblea comunitaria y movidos por la carta severa del Apóstol, la “mayoría” ha impuesto un castigo al culpable, quizás la exclusión temporal de la comunidad.
La persona en cuestión se ha arrepentido y sufre profundamente; es hora de levantar el castigo para que no acabe con él; es hora de reconciliarlo con cariño.
Pablo, que con su carta quiso poner a prueba a los corintios, ahora parece satisfecho; es más, se siente como si no le hubieran ofendido (Colosenses 3, 13).
Pide, que se reúna de nuevo la asamblea para formalizar el perdón, contando con su voto positivo que va con la carta, y que Cristo inspire la decisión.
De lo contrario, Satanás se aprovechará para atizar las discordias y socavar a la comunidad.
El portador de dicha carta fue Tito. Dado su amor por los corintios, es normal que Pablo no se diese descanso hasta ver de regreso a su querido compañero y conocer así la reacción de la comunidad.
Más adelante, en 7, 6, nos contará su encuentro con Tito y la inmensa alegría que le proporcionaron las buenas noticias de Corinto que le traía su compañero y colaborador.
Mientras Tito estaba de viaje, Pablo tuvo también que salir de Éfeso ¿expulsado?.
Aunque aquí no se mencione, parece que en esos días tuvo lugar la fundación de una comunidad cristiana en Tróade.
En Hechos 20, 6-12 se narra la despedida de Pablo en esta ciudad de la costa asiática del Egeo.
A continuación, el relato del viaje del Apóstol, apenas iniciado –continuará en 7, 5–, se interrumpe para dar paso a una sección de la carta dedicada a ministerio apostólico.
Versos del 14 al 17
Prisionero del triunfo de Cristo. Se da inicio a una sesión de teología/apología de su ministerio apostólico.
Pablo comienza con una acción de gracias a Yehovah Dios por haber sido asociado al cortejo triunfal del Mashiaj.
La imagen está tomada de las marchas triunfales de los generales del imperio que entraban en Roma, entre nubes de incienso y aroma, exhibiendo en su séquito las riquezas arrebatadas al enemigo y los prisioneros hechos.
Aquí el vencedor es Yehovah Dios. Pablo, vencido y prisionero, marcha en el cortejo triunfal. Se alegra de desfilar como prisionero en el triunfo del Mashiaj, difundiendo su aroma que es la predicación evangélica.
La imagen tiene un sentido polémico contra “los muchos”, no nombrados, que han tratado de embaucar a los corintios con espectáculos triunfalistas de milagros, éxtasis y visiones.
Es de notar que, en la imagen del cortejo, Pablo no está como triunfador, sino como prisionero, humillado y fracasado, tal y como corresponde a un verdadero apóstol que antes de participar en el definitivo triunfo del Mashiaj tiene que llevar la cruz que Yeshúa llevó.
El Evangelio proclamado desde esta experiencia de pobreza y contradicción, se convierte en aroma de Cristo. Es más, la misma persona del apóstol es ese aroma.
Es normal que el Evangelio proclamado desde la pobreza y la contradicción sea difícil de ser aceptado.
Así ha sido siempre. Pablo expresa esta realidad forzando la metáfora del “perfume” al decir que para unos se convierte en olor de vida y para otros en olor de muerte (vs 16).
La consecuencia no se deja esperar. Si el anuncio del Evangelio es cuestión de vida o muerte, ¿qué tipo de credenciales acreditarán la autenticidad del apóstol? ¿Quién es digno de ello? (vs 16).
Sólo los que, como él, “hablamos con sinceridad, como enviados de Yehovah Dios, en Su presencia, y como miembros de Cristo” (vs 17).