Versos del 1 al 10
Cristo, piedra viva. De la “leche espiritual” a la Palabra de Yehovah Dios que alimenta a la comunidad de recién nacidos, el discípulo pasa a otra imagen preñada de resonancias bíblicas.
La piedra, que puede ser “piedra de cimiento” (Isaías 28, 16) en la que se apoya el creyente por la Fe, o “piedra angular” (Salmo 118, 22), que es clave y remate del edificio (Zacarías 4, 7).
El desarrollo y la aplicación que hace de esta imagen constituyen la parte central de la carta y una de las más hermosas enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la comunidad cristiana.
El discípulo llama a Yeshúa Ha Mashiaj “piedra viva” rechazada por los constructores, pero escogida y apreciada por Yehovah Dios (vs 4), en alusión a su pasión, muerte y resurrección.
Sobre esta piedra viva se construye el “nuevo templo” que acoge la verdadera y definitiva presencia de Yehovah Dios.
Los cristianos son estas “piedras vivas” con las que se construye dicho templo, al que el discípulo llama “espiritual”, no para indicar una realidad que perteneciera a otro mundo, sino para afirmar que, al contrario del templo “material” de Jerusalén.
Este nuevo templo lo constituyen las personas mismas, reunidas por el bautismo en una comunidad de Fe, es decir, el nuevo pueblo de Dios, la Ekklesia que debe caminar con los pies bien plantados en la sociedad en la que vive.
Con referencia a este nuevo pueblo de Yehovah Dios, el discípulo evoca los títulos de dignidad que exaltaban la función del pueblo de Israel (Isaías 43, 20; Éxodo 19, 6), para aplicarlos como si se tratara de profecías que tienen su completo cumplimiento en la comunidad cristiana: “raza elegida, sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido” (vs 9) por la muerte y resurrección de Yeshúa.
Es probable que el discípulo de hoy, que ya no está acostumbrado al lenguaje de la Biblia, no se tome muy en serio esta maravillosa descripción de la vida cristiana que hace el autor de la carta, ni que alcance a comprender la fuerza revolucionaria evangélica que lleva dentro.
Por desgracia, así ha ocurrido durante mucho tiempo, hasta que el Concilio Vaticano II ha puesto de nuevo las palabras de esta carta en el centro mismo de la vida y del compromiso de toda la Ekklesia.
¿Qué significa que todos y cada uno de los cristianos formemos un “sacerdocio santo” (vs 5)?.
El discípulo lo explica dos veces en este apartado. En primer lugar, significa ofrecer “sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (vs 5).
Con ello se refiere a la vida misma del discípulo, hombre o mujer, se encuentre donde se encuentre y cualquiera que sea su profesión, ofrecida a Yehovah Dios como don de amor y portadora de la memoria de Yeshúa.
Tal y como nos la presentan los evangelios: su obediencia filial al Padre, su amor incondicional que no conoció barreras, su opción por los pobres, débiles y marginados, su lucha por la igualdad y la justicia hasta derramar su sangre en la cruz por todos nosotros.
En esto consistió el sacerdocio del Mashiaj y en esto consiste el sacerdocio del discípulo de cristo recibido en el bautismo.
En segundo lugar, significa proclamar “las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su maravillosa luz” (vs 9).
La primera maravilla fue el testimonio de vida; la segunda, el anuncio, la proclamación de la Palabra Viva de la Buena Noticia portadora de la luz de la liberación.
Todo discípulo como novia santa de Yeshúa es o debe ser misionero de la Palabra de Yehovah Dios. La predicación y proclamación del Evangelio no está reservada para unos cuantos expertos, como los obispos, presbíteros o pastores.
Todo cristiano tiene el derecho y la obligación de anunciar a Yeshúa, el Salvador, con sus palabras y con el testimonio de su vida.
Si esto es así, ¿para qué sirven, entonces, los obispos, presbíteros o pastores?.
El ministerio de estos responsables y pastores de la Ekklesia ha sido instituido por el mismo Yeshúa Ha Mashiaj sucristo para que, a imitación suya, estén justamente al servicio de la comunidad cristiana y para que ésta siga fiel a su compromiso sacerdotal de vida y testimonio.
Como personas bautizadas, son sacerdotes como los demás; como ministros ordenados, representan a Yeshúa en su función de guía y pastor de la comunidad. Pedro va a hablar de ellos en la última parte de su carta.
Versos del 11 al 25
Vocación cristiana y ejemplo de Cristo. Pedro contempla con preocupación a sus cristianos y cristianas esparcidos por las cinco provincias de Asia como “huéspedes y forasteros” (vs 11) en medio de una sociedad pagana que los observa con ojos críticos, los difama y los tiene como malhechores, es decir, los típicos prejuicios de siempre contra los pobres y marginados.
Pedro anima a sus oyentes a que “tapen la boca a los necios e ignorantes” (vs 15) con la fuerza del testimonio de su vida cristiana.
El ejemplo que den en la vida social es capital, no sólo como protección contra posibles represalias, sino como testimonio evangélico: “al presenciar las buenas obras de ustedes, glorificarán a Yehovah el día de su visita” (vs 12).
Un buen cristiano será siempre un buen ciudadano.
Padres da normas claras de conducta ciudadana, apelando a la motivación superior que debe presidir todo el comportamiento del creyente:
“Por amor al Señor” (vs 13), “tal es la voluntad de Yehovah Dios” (vs 15), “con el pensamiento puesto en Yehovah Dios” (vs 19), pero, sobre todo, “como hombres (y mujeres) libres” (vs 16), conscientes de que ante todo somos servidores de Yehovah Dios (vs 16), pues en esto consiste su libertad.
Bajando a detalles concretos, exhorta a que todos respeten a las autoridades legítimas, y los criados a sus amos, aunque tengan “mal genio” (vs 18).
Hasta ahora ha hablado a cristianos que viven más o menos en paz con los paganos, pero es en tiempos de persecución injusta cuando hay que dar el supremo testimonio de la Fe y cuando la vocación cristiana de seguimiento del Crucificado alcanza su máxima expresión.
El ejemplo impresionante de la pasión de Cristo que expone el discípulo en los versos 21-25 constituye el mensaje central de toda la carta.
El discípulo contempla toda la vida de Yeshúa, un don continuo e incondicional de amor, en su momento cumbre: su pasión salvadora, presentándola con los rasgos más resaltantes del Siervo de Yehovah Dios (Isaías 53): “cuando era insultado no respondía con insultos, padeciendo no amenazaba” (vs 23).
Así “llevó sobre la cruz nuestros pecados cargándolos en su cuerpo” (vs 24) e hizo posible que toda la vida del cristiano sea ya una vida portadora de salvación, bajo el cuidado del “pastor y guardián de sus vidas” (vs 25).
El ejemplo del Crucificado que propone Pedro va más allá de la sola aceptación de los propios sufrimientos a imitación de Yeshúa; también es una invitación a cargar solidariamente los sufrimientos de todas las víctimas del pecado del mundo: los que pasan hambre, los marginados, los excluidos, los perseguidos, los débiles, para llevar a todos el anuncio cristiano de la liberación.
La pasión del mundo debe ser la pasión del cristiano, incluso hasta la muerte. En esto consiste nuestra identidad como continuadores de la memoria de Yeshúa.