Versos del 1 al 14
Antíoco y Simón. Entra en acción Antíoco VII repitiendo el proceso utilizado por sus antecesores, deseos de recuperar el poder ante el usurpador, constitución de un ejército, búsqueda de aliados a través de concesiones de todo tipo, ataques al enemigo, triunfo, traición a los aliados, entre otros.
En este contexto se entiende la iniciativa de Antíoco VII de enviar una carta a Simón para ratificar los privilegios otorgados por sus antecesores, pero también, para recordarle, sutilmente, su condición de vasallo.
En el año 138 a.C. Antíoco lanza su ataque contra Trifón que se ve obligado a huir y refugiarse en Dor.
Versos del 15 al 24
Cierran a manera de inclusión, un tema planteado desde el primer capítulo (1 Macabeos 1, 1) y que ha sido recurrente a lo largo del libro, la presencia de los llamados “renegados” (1 Macabeos 6, 21; 7, 5; 9, 23. 58. 69; 11, 21. 25) o “judíos traidores” (vs 21), constituido por judíos que optaron por el helenismo, abandonando algunas de sus tradiciones culturales y religiosas.
El grupo contrario es el de los judíos tradicionalistas liderado por la familia de los macabeos. Uno de los objetivos del libro es resaltar el proyecto macabeo y señalar al grupo de los “renegados” como traidores y responsables del sufrimiento del pueblo judío.
Sin demeritar la gesta macabea, muchos de sus relatos son ambiguos o contradictorios, lo que no obsta para encontrar una enseñanza de parte de Dios. Veamos un ejemplo.
¿No es contradictorio, que el proyecto macabeo establezca alianzas con los poderosos y no sea capaz de al menos establecer un diálogo con sus propios hermanos judíos “renegados”?.
¿No son más apóstatas y traidores los emperadores?.
¿Por qué se envían comisiones donde los emperadores con regalos de oro y plata, mientras a los hermanos judíos “renegados” que se encuentran en el exilio, se les persigue sin descanso?.
De los macabeos aprendemos que hay que luchar por la libertad y conservación de la cultura, pero también hay que desaprender la tarea de eliminar a quienes piensan diferente, buscando más bien el camino del diálogo tal como lo enseñó Yeshúa Ha Mashiaj.
Pareciera propio de los emperadores-faraones, que cuando alcanzan el poder son seducidos por la ambición de tener más y más poder, olvidando los pactos y arremetiendo militarmente contra otros pueblos soberanos.
Siguiendo esta lógica, Antíoco VII rompe sus relaciones con Simón y lo acusa entre otras cosas de ocupar territorios extranjeros, cosa que no es cierta, porque el territorio recuperado es la herencia de los antepasados (Éxodo 23, 31; Deuteronomio 11, 24; Josué 11, 23).
La reacción de Atenobio ante el “esplendor de Simón, sus aparadores repletos de vajillas de oro y plata”, recuerda las riquezas de Salomón (1 Reyes 10, 14-29), pero también recuerda, que fueron riquezas logradas a costa de esclavizar a su pueblo (1 Reyes 12,4).
El énfasis que hace el autor en la riqueza de Simón Macabeo hay que entenderlo como una manera de demostrar no sólo la soberanía sino también el potencial económico alcanzado.
Queda una pregunta por resolver, ¿hasta qué punto el pueblo pobre participa de esta riqueza?.
Desde la perspectiva de Yeshúa Ha Mashiaj, es preferible que Atenobio se hubiera asombrado no por el lujo del palacio de Simón, sino por ver un pueblo con sus necesidades básicas satisfechas.
Lo anterior demuestra el período cíclico de los reyes y faraones de la tierra impulsados por deseos desmedidos de poder satánico, que luego de vislumbrar el alcance de las posiciones anheladas, desconoce con total naturalidad el apoyo de los aliados, para establecer bajo amenazas su hegemonía en todo el espectro geográfico de su influencia.
En este período Simón Macabeo, justifica su resistencia a los pedidos dictatoriales de Antioco VII, afirmando el derecho natural de retener la herencia conquistada por los patriarcas.