Mosqueteros de Yehovah

1 Corintios Capítulo 15

Versos del 1 al 11

Resurrección de los muertos. Concluido el tema de los carismas y su uso, Pablo afronta un nuevo problema sobre el que le han llegado rumores:

“¿Cómo algunos de ustedes dicen que no hay resurrección de muertos?” (vs 12).

Es posible que estos individuos estuvieran influidos por el pensamiento filosófico griego que separaba el alma y el cuerpo y que valoraba sólo aquella, reduciendo el cuerpo a materia despreciable y perecedera.

Si en la muerte el “alma” se libera del “cuerpo”, sería como si el alma regresara de nuevo a la tumba del cuerpo, haciendo juego con las palabras griegas: “soma”, cuerpo; y “sema”, tumba.

Aceptaban, eso sí, que Yeshúa resucitó y que esa resurrección ya la estaban gozando plenamente.

¿Prueba de ello? La euforia espiritual de esa supuesta libertad y conocimiento superior que les proporcionaban ciertos carismas malentendidos (1 Corintios 14, 12-19).

Las consecuencias no eran tan inocentes. Por ejemplo, la indiferencia moral hacia todo lo relativo al cuerpo, sexualidad incluida (1 Corintios 6, 12-13), o la falta de sensibilidad sobre la situación de los más pobres y marginados de la comunidad (1 Corintios 8, 1-12; 10, 23).

Pablo, aborda el tema de la resurrección de Yeshúa ligándolo indisolublemente a la nuestra. Lo hace de manera sistemática y ordenada.

“Quiero recordarles la Buena Noticia que les anuncié” (vs 1).

La introducción es solemne porque da paso a lo fundamental del Evangelio que él predica y que los corintios acogieron con la Fe “siempre que conserven el mensaje tal como yo se lo prediqué” (vs 2).

Esta Buena Noticia había quedado ya establecida en tiempos de Pablo en una especie de “confesión de Fe”, aceptada por todas las comunidades cristianas y articuladas con expresiones precisas y claras que se refieren a dos hechos correlativos: muerte-resurrección de Yeshúa.

Una muerte que perdona los pecados porque desemboca en la resurrección. La mención a la sepultura rubrica la muerte. Las apariciones atestiguan la vida.

El motivo de Pablo en recordarles esta tradicional “confesión de Fe” quizás sea que algunos de los corintios cuestionaban su autoridad como Apóstol.

Una vez dejada clara la “confesión de Fe”, Pablo enumera a los “testigos” de la resurrección de Yeshúa comenzando por los más calificados, Pedro y los Doce, siguiendo por los otros “apóstoles” y un grupo impresionante de 500 hermanos.

Pablo se pone en pie de igualdad con los demás testigos, aunque se asigna el último puesto en la fila (Efesios 3, 8).

El testimonio apostólico de estos hombres y mujeres que vieron, hablaron y comieron con Yeshúa resucitado es fundamental para nuestra Fe.

Creemos no solamente lo que los apóstoles “vieron” con sus propios ojos, es decir, que Yeshúa estaba vivo, sino lo que ellos “creyeron”: que esta vida del resucitado nos es dada a todos y a todas como perdón de nuestros pecados, primicia y promesa de nuestra propia resurrección futura.

La resurrección de Yeshúa, por tanto, es más que un “hecho real”, es también una “realidad de Fe”.

Por eso la Ekklesía desde sus comienzos no fue un movimiento de contornos indefinidos, sino una comunidad convocada y reunida en torno a esta “realidad de fe” fundada en los “testigos de la resurrección”, los apóstoles.

Versos del 12 al 34

También nosotros resucitamos. La resurrección de Yeshúa se ordena a la nuestra, si no se da la nuestra no se dio la de Yeshúa.

Pablo argumenta reduciendo al absurdo la posición de los que niegan la resurrección. Si Yeshúa no resucitó, nuestra fe carece de objeto y fundamento, nuestra esperanza es ilusoria y trágica.

El Apóstol llega a decir que los cristianos seríamos las personas “más dignas de compasión” al haber puesto nuestra esperanza en el Mashiaj “sólo para esta vida” (vs 19).

Un desastre para los ya muertos y un gran vacío para los aún vivos. Una vaga inmortalidad del “alma” sin el cuerpo, como proponía la filosofía griega, repugna tanto al Pablo de tradición judía como al Pablo cristiano.

Estos versos constituyen la gran afirmación de la esperanza cristiana. Pablo contempla a la humanidad como un gran acontecimiento solidario, tanto para la desgracia como para la salvación.

La contraposición Adán-Cristo tiene para él simultáneamente un valor histórico, antropológico y salvífico.

La humanidad bajo el pecado y la muerte, simbolizada en Adán, es sustituida por la humanidad bajo la gracia y la vida que nos da Cristo.

La primera fue causada por la desobediencia de uno, la segunda por la obediencia del otro (Romanos 5, 19).

El dolor y la muerte son lo opuesto al plan de YEHOVAH Dios; por medio del Mashiaj dicho plan, que es plan de vida, queda restablecido.

En este camino hacia la vida, Pablo establece las siguientes etapas:

Primera, la resurrección de Cristo que ya es una realidad.

Segunda, la resurrección universal “cuando él vuelva” (vs 23).

Tercera, el sometimiento de todos los poderes hostiles a YEHOVAH Dios, hasta terminar con el último de estos, la muerte.

Véase Isaías 25, 8: “aniquilará la muerte para siempre”, o Apocalipsis 20, 14: “Muerte y Hades fueron arrojados al foso del fuego”.

Ese día se implantará definitivamente el “Reino de YEHOVAH Dios” que Yeshúa empezó a proclamar en Galilea (Mateo 1, 15).

El Apóstol utiliza otros argumentos para dejar bien claro su mensaje. Uno, tomado de la práctica de algunos corintios, que por lo visto, recibían un segundo bautismo para aplicarlo a parientes y amigos no cristianos ya muertos.

Aunque no está claro qué tipo de práctica era ésta, el Apóstol ni la autoriza ni la desautoriza, sería más o menos semejante a los sufragios y oraciones que ofrecemos hoy por los difuntos y que están suponiendo la creencia en una vida futura.

Por último y refiriéndose a sí mismo, Pablo les dice que estaría sufriendo por ellos en vano si no creyera en la resurrección.

Si no hay resurrección, tendrían razón los que rigen su vida por el refrán popular que cita el Apóstol: “si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (vs 32).

Versos del 35 al 58

¿Cómo resucitan los muertos? Pablo comienza llamando “necios” a los que se imaginaban a los cadáveres saliendo de las tumbas con sus carnes recompuestas.

El Apóstol, a través de comparaciones, nos lleva a la única respuesta posible: al ilimitado poder divino. Éste se manifiesta tanto en el mundo vegetal como en el animal.

Quizás nosotros, conocedores hoy de los códigos genéticos de plantas y animales, hayamos perdido la capacidad de asombro ante la trasformación que experimenta el más humilde “grano desnudo, de trigo o de lo que sea” (vs 37) que muere para cobrar nueva vida.

Las comparaciones vegetales son corrientes en el Antiguo Testamento y sirven de ordinario para exaltar la vitalidad permanente, creciente y renovada (Salmo 1; 92; Job 14, 7-9).

Los paisanos de Yeshúa no tenían ideas claras sobre la vida vegetal y atribuían el cambio prodigioso de semilla escueta y madura a tallo robusto y espiga granada a la acción directa de YEHOVAH Dios.

Pablo llama “a cada simiente su cuerpo” (vs 38), a la planta madura que, en el cambio total de su forma material, está resaltando el principio vital que lo ha hecho posible y que no es otro que el poder de YEHOVAH Dios.

Del asombro ante el cambio radical que se produce en las plantas, Pablo pasa ahora al asombro ante la variedad individual que se observa tanto en el mundo animal como en el de los “cuerpos celestes”, de los que el Apóstol resalta su “esplendor”, “doxa” en griego, como queriendo rastrear en ellos un reflejo de la “gloria”, también “doxa”, de YEHOVAH Dios.

El Apóstol saca la conclusión. La metáfora “se siembra” recoge la comparación vegetal y mira de reojo al acto de enterrar al muerto como a una especie de siembra (Juan 12, 24).

Se siembra “corruptible, miserable, débil, como cuerpo natural, resucita incorruptible, glorioso, poderoso, como cuerpo espiritual” (vs 43-44).

La resurrección, no es el resultado de un proceso o evolución natural, sino obra del poder de YEHOVAH Dios, un avance hacia delante, un salto cualitativo hacia la esfera de lo divino que lleva consigo lo “corporal y lo terreno”, tal como sucedió con el cuerpo resucitado de Yeshúa.

Es algo tan indescriptible que Pablo lo designa con una paradoja: “se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (vs 44).

Sigue desarrollando su mensaje con la comparación Adán-Cristo. No es un recurso mítico sino histórico.

Adán simboliza al ser vivo, animal, procedente de la tierra.

El segundo Adán –Cristo resucitado– es Espíritu de vida, procedente del cielo.

El primero es la imagen de nuestra condición terrestre, la imagen que el padre trasmite al hijo (Génesis 5,3). El segundo es la imagen de nuestra condición celeste.

Ahora bien, “la carne y la sangre“, el cuerpo humano corruptible, es incapaz de recibir la herencia del “Reino“ de la gloria y la inmortalidad, no tiene más derecho a él. Tiene que transformarse primero mediante el poder de YEHOVAH Dios.

Pablo se refiere a esta necesaria transformación con la mirada puesta en los acontecimientos de los últimos días (1 Tesalonicenses 4, 15-17).

Ya sea que la segunda venida de Yeshúa nos encuentre vivos o muertos, la trasformación será necesaria tanto para unos como para otros.

Entonces será inaugurada la etapa definitiva de la humanidad.

El Apóstol,  pensaba que la Parusía o la segunda venida del Yeshúa era inminente, esperaba encontrarse entre los vivos cuando llegara aquel día.

Este misterio de la resurrección ya en marcha, concluye Pablo, no debe llevarnos a una esperanza pasiva, sino todo lo contrario, es una invitación al progreso en la tarea asignada.

La exhortación final a permanecer en la tarea y el esfuerzo, empalma con 1 Corintios 15, 30-32.

La esperanza en la resurrección gloriosa final da sentido a la lucha y sufrimientos cotidianos.

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