Versos del 1 al 11
Llama a sus primeros discípulos. Con el signo de la pesca abundante, Yeshúa plantea a Simón el desafío del llamamiento (vocación).
Simón ha visto en este signo una intervención extraordinaria y sólo se le ocurre una confesión: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!” (vs 8).
YEHOVAH no aparta de sí al hombre por su condición de pecador.
Mientras Simón suplica al Señor que se aleje, Yeshúa se le acerca más y lo anima con las mismas Palabras que usa la Biblia para tranquilizar al hombre cuando ha descubierto la grandeza divina, “no temas”.
Simón Pedro y sus compañeros, a pesar de su condición, son invitados a confiar en la Palabra y a ser multiplicadores de esa Palabra en cuyo Nombre obtendrán pescas abundantes, no ya de peces sino de hombres (vs 10).
Versos del 12 al 16
Sana a un leproso. La Palabra y los gestos de Yeshúa rescatan al excluido, al marginado, y lo incorporan de nuevo como persona útil y necesaria en la comunidad.
En la nueva comunidad no puede haber marginados ni excluidos, riesgo de contradecir la misión de Yeshúa, que es el rescate y la recuperación de todos.
El verso 16 nos presenta a un Yeshúa consecuente con su decisión de no hacer de su misión un mesianismo exaltado; pese a su fama y al gentío que lo asedia, Él se aparta a lugares solitarios a orar.
Versos del 17 al 26
Sana a un paralítico. Lo primero que llama la atención en este pasaje es la clase de auditorio que escucha a Yeshúa.
Fariseos y doctores de la Ley venidos de Galilea, de Judea y de Jerusalén, prácticamente toda la nación judía está aquí representada.
La ambientación es intencional porque aquí se va a definir de manera “oficial” la distancia que existe entre la actividad de Yeshúa y el papel de estas autoridades del judaísmo.
Por una parte Yeshúa “poseía fuerza del Señor para sanar” (vs 17b). En segundo lugar, por el desarrollo de la escena, Yeshúa se da a conocer ante estas autoridades como el Hijo del Hombre que tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (vs 24).
Una atribución que es exclusiva de YEHOVAH según la doctrina de los fariseos y letrados.
Éste es apenas el inicio de las confrontaciones y ataques que va a tener que enfrentar Yeshúa durante toda su vida pública por parte del judaísmo oficial, confrontación que terminará con la cruz.
El camino de la cruz no comienza propiamente en el pretorio el día en que Yeshúa fue sentenciado a muerte, ese camino tiene su origen en el momento mismo en que Él comienza a poner en marcha los efectos concretos del año de gracia del Señor.
Dichos efectos sólo son palpables desde el plano de la Fe. Casi todos los críticos están de acuerdo en que este pasaje no es estrictamente una narración de milagro, sino más bien una enseñanza del evangelista sobre el poder y los alcances de la Fe.
Para aceptar a Yeshúa hay que salir de la postración y abrirse a Él, de tal modo que aun sin confesar nuestros pecados somos perdonados; el paralítico no se confiesa. Somos perdonados y acogidos por Él para comenzar de nuevo.
La Ley y la sabiduría aquí se revelan como algo que no es indispensable, lo verdaderamente indispensable es la Fe.
Versos del 27 al 32
Llama a Leví, comparte la mesa con pecadores. Mientras Yeshúa va “perdiendo puntos” con el judaísmo oficial por sus palabras y acciones que realiza, va ganando, sin embargo, en la tarea de instauración del reinado de YEHOVAH.
Mientras va perdiendo su propia vida frente a los que pueden matar el cuerpo (Mateo 10, 28), va ganando vida cada vez que personas como las que lo acompañan en la mesa se convierten y se abren a este acontecimiento nuevo.
Es la presencia del Novio (vs 34-35), del Reino, que subvierte absolutamente todo el orden establecido, mantenido por un frío legalismo de los fariseos y doctores de la ley.
Versos del 33 al 39
Sobre el ayuno. El Mesías ya está en medio del pueblo y sólo los que lo aceptan como tal celebran esa presencia como un banquete permanente.
Esta es la clave para entender las comparaciones que propone Yeshúa respecto a la novedad de su persona y de su obra (vs 36-39).
Una realidad tan novedosa como la misión de Yeshúa que empieza por acoger a los excluidos, marginados y pecadores. Esto no encaja con las expectativas tan rígidas y tan anquilosadas de la religiosidad de los principales escribas y fariseos.