Versos del 1 al 9
La luz de la nueva Jerusalén. Desde este capítulo, hasta el 62, encontramos una sucesión de imágenes que describen el esplendor y el gozo de Jerusalén, que de nuevo está habitada por quienes habían sido desterrados.
Sobresale el aspecto de la luz como símbolo de salvación y del amanecer como una nueva época, nueva etapa en la historia.
El verso 5 evoca el tráfico comercial tan común en Canaán, camino obligado de todas las caravanas que se dirigían de norte a sur y de sur a norte.
Versos del 10 al 18
Homenaje de los pueblos. Se alude a Jerusalén destruida y desolada por los babilonios.
Hay que tener en cuenta que Jerusalén era llamada también “Ciudad del Señor”.
YEHOVAH en persona la cuidaba y la defendía, convicción que se había afianzado más a partir del 701 a.C., cuando estuvo a punto de caer en manos de Senaquerib, rey asirio.
La suerte no fue igual en 587 a.C., cuando Nabucodonosor, rey babilonio, la asalta, saquea el Templo y toma prisioneros a lo más selecto de la sociedad judía, para llevarlos cautivos a Babilonia.
Quienes vinieron a humillar a la ciudad y a sus habitantes, volverán algún día a rendirle tributo.
Versos del 19 al 22
Luz perpetua. En el Antiguo Testamento la luz es símbolo de salvación, pero entendida esa salvación como la presencia activa de Dios en medio del pueblo.
Por eso aquí esa luz se hace una con YEHOVAH Dios mismo, quien estando en medio del pueblo, transformará la realidad de luto y muerte en luz y sanas relaciones entre todos.
Realidades muy tangibles y humanas para describir esa nueva realidad salvífica.
La posesión perpetua de la tierra como respuesta a una situación de invasión y desplazamiento del territorio propio y el amejoramiento de unas relaciones éticas basadas en la honradez y la justicia (vs 21).
Realidades que garantizan una larga vida, que se transmite de generación en generación (vs 22).