Versos del 1 al 10
Pablo y los otros apóstoles. El problema que está afectando ahora tan gravemente a los gálatas, viene a decirles Pablo, ya fue zanjado y resuelto al más alto nivel de la Iglesia, tanto en la Asamblea de Jerusalén, como en el incidente posterior de Antioquía.
Los hechos a los que se refiere tuvieron lugar catorce años después de su primer viaje a Jerusalén, en un segundo viaje que hizo acompañado por Bernabé y Tito, quien provenía del paganismo y no había sido circuncidado.
Para entonces, Pablo llevaba ya muchos años de experiencia misionera entre los paganos y no exigía la circuncisión ni las prácticas de la Ley a los que se convertían.
Sin embargo, en sus comunidades se infiltraron judeo-cristianos fanáticos que condenaban el proceder del Apóstol creando tensión y divisiones.
Pablo no los menciona por sus nombres, pero no ahorra epítetos para descalificarlos: falsos hermanos, espías que odian la libertad, imponen yugos y esclavizan.
El problema se exacerbó tanto que se hizo necesaria una reunión a alto nivel en Jerusalén.
El Apóstol aclara que no fue para rendir cuentas o buscar aprobación, sino “siguiendo una revelación”(vs 2), aludiendo al Ruaj Hakodesh, a quien consideraba siempre el verdadero protagonista de todas sus decisiones apostólicas y el Espíritu va a ser el protagonista de este primer Concilio de la Ekklesia.
Ya en la ciudad y reunidos en Asamblea, Pablo, de igual a igual, expone su Evangelio con firmeza y decisión a los dirigentes de la Iglesia Madre, los cuales no sólo aprobaron su proceder sino que confirmaron su autoridad como apóstol de los paganos al igual que la autoridad de Pedro entre los judíos.
Todo terminó amigablemente, y Santiago, Cefas y Juan a quienes llama “los pilares” reconocieron “el don que se me había hecho, nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión” (vs 9).
Quedó así sancionada la validez de su apostolado entre los paganos y se afirmó la vocación universal cristiana.
Más que la reivindicación de la autoridad del Apóstol, lo verdaderamente importante en aquel encuentro fue la solidaridad, la comunión y la corresponsabilidad que se expresó en el gesto de estrechar la mano.
Lucas, al narrar los acontecimientos en Hechos 15, quiere resaltar justamente eso, la comunión en medio de la pluralidad.
Esto se demostró en la colecta a favor de los hermanos pobres de Jerusalén, decidida por unanimidad. Todos pensaron que el sano pluralismo pedía, de momento, dos comunidades distintas con sus propios dirigentes.
Versos del 11 al 14
Pablo se enfrenta con Pedro. El llamado “incidente de Antioquía” demuestra la insuficiencia de lo acordado en Jerusalén, donde se tomaron decisiones que afectaban a las comunidades judeo-cristianas y a las pagano-cristianas, respectivamente, pero al parecer no se pensó en las comunidades mixtas.
En efecto, algunos judeo-cristianos más progresistas frecuentaban las comunidades pagano-cristianas y “comían” con ellos, es decir, celebraban juntos la Cena de Yeshúa.
El mismo apóstol Pedro cuando llegó a Antioquía parece simpatizar con los aperturistas y celebra la partición del pan tanto con cristianos procedentes del judaísmo como con los procedentes del paganismo, en un gesto de libertad evangélica.
Todo iba bien, hasta que llegaron a la ciudad unos visitantes fanáticos de Jerusalén y reprocharon a Pedro su comportamiento por poner en peligro, según ellos, la fidelidad a la Ley de Moisés de los judeo-cristianos si seguían alternando con los pagano-cristianos.
El hecho fue que Pedro, ya sea en bien de la paz o por presión de los fanáticos, dejó de frecuentar las comunidades pagano-cristianas.
Viniendo de una autoridad como Pedro, el gesto no pasó desapercibido y con el gesto se creó la confusión, con el resultado de que se rompió la comunión entre las dos comunidades.
Pablo se da cuenta del peligro, reacciona y se enfrenta abierta y públicamente con Pedro.
Estaba en juego nada menos que la verdad del Evangelio, es decir, que la salvación no está vinculada a la Ley manipulada por los Rabinos fariseos o a ninguna otra ley pagana.
Sino que por medio de la fidelidad en la doctrina de Yeshúa Ha Mashíaj, el Ruaj Hakodesh nos confirma por la fe que somos Hijos de Yehovah, no por las obras, sino por el sacrificio de Yeshúa en el calvario.
Versos del 15 al 21
Judíos y paganos se salvan por la fe. Muchos no comprenden estos versos en los que Pablo anuncia el tema central de la carta a las Galatas, formula objeciones que él mismo responde, términos jurídicos, oposiciones, entre otros.
Es como si, mientras escribe, el Apóstol tuviera en mente a Pedro, a quien responde y amonesta, a los judeo-cristianos radicales con los que polemiza, y sobre todo a los gálatas a quienes trata de re evangelizar.
En primer lugar, Pablo expresa reiteradamente y hablando en plural la más profunda experiencia de fe del cristiano la suya, la de Pedro, la de la comunidad con un enfático “nosotros… sabemos… hemos creído” (vs 15-16).
Su saber y su creer en el Mashiaj, nombre mencionado ocho veces en los siete versos y que ocupa el centro del Evangelio de salvación que él anuncia.
Frente a este evangelio está el evangelio falso que predican los falsos hermanos: el de la observancia de la Ley mencionada seis veces que pretendidamente justifica, y que ahora está poniendo en peligro la fe de los gálatas.
Para referirse a “salvación”, “salvados”, el Apóstol emplea los términos jurídicos de uso en su tiempo: “justicia”, “justificación”, “justos”.
He aquí confrontados, la Ley contaminada por las adiciones de exigencias de hombres interpuestas por los Rabinos para controlar la vida de los cautos ignorantes de la verdadera Ley Mosaica.
A la Fe en el Mashiaj y a la observancia de la Ley bajo la reglamentación impuesta por el Mishná o Mishdrá y el Talmúd del judaísmo nacionalista idolatra, a la vida en Yeshúa Ha Mashíaj y a la muerte por causa del celo Judaizante que no comprende la obra redentora de Yeshúa que fue hecha perfecta de una sola vez y para siempre.
El horizonte de la visión del Apóstol va más allá de la contaminada interpretación de la ley mosaica, trastornada a partir de los tratados expuestos en su tradición oral Rabínica.
Abarca a toda ley, toda ideología socio-política, todo proyecto humano que presente al hombre como centro de su propio destino, como salvador de sí mismo.
Pablo recuerda a los gálatas, por activa y por pasiva, dos veces en dos versículos (vs 15 y 16), que sólo la fe en Yeshúa Ha Mashíaj salva, porque él es la ofrenda perfecta que satisfizo la condición de la Ley del pecado y de la muerte quedando esta anulada para todo el que está en Él, pues “por cumplir la ley nadie será justificado” (vs 16).
Maravillado y asombrado, el Apóstol no puede disimular lo paradójico de esta realidad gratuita porque Yeshúa pagó el precio de nuestra salvación que estamos viviendo, los que “sabemos” y los que “hemos creído”, viene a decir con ironía, somos precisamente “nosotros, judíos de nacimiento, no pecadores venidos del paganismo” (vs 15).
Seguramente, esta ironía no pasó desapercibida entre los gálatas, haciéndoles ver lo absurdo de su situación.
Si él, Pablo, antes cumplidor y fanático de la Ley contaminada fariseica, como el que más, descubrió por la Fe en el Mashiaj la invalidez de la Ley del pecado y la muerte al verse tan pecador como el pagano, ¿qué sentido tiene, entonces, que los gálatas, convertidos del paganismo, quieran ahora someterse a la Ley talmudica como condición para salvarse?.
Pablo adelanta la posible objeción de los judeocristianos y, en definitiva, la de todo aquel que se enfrenta con la sola razón humana al misterio de salvación de Yehovah Dios revelado en Yeshúa ha Mashiaj.
Si, la muerte del Mashiaj desenmascaró la condición pecadora de la humanidad hasta sus últimas consecuencias (Romanos 3, 10-20).
Y además su resurrección significó la oferta incondicional y gratuita de la salvación de Yehovah Dios a esa misma humanidad pecadora.
¿No estaría Yehovah Dios exigiendo el pecado con el fin de ofrecer la salvación? “¿Será entonces Cristo un agente del pecado? De ningún modo” (vs 17), responde Pablo sin más explicaciones.
En realidad, todo el evangelio del Apóstol es la respuesta. Ya lo hizo en la Carta a los Romanos (Romanos 3) y lo está haciendo ahora a los gálatas.
Sólo la fe en Yeshúa Ha Mashíaj es la que nos hace saber y experimentar, por una parte, nuestra condición de pecadores, y por otra, el perdón y la oferta gratuita del amor salvador de Yehovah Dios.
“Soy trasgresor”, dice Pablo como personificando a judeo-cristianos fanáticos y a gálatas, “si me pongo a reconstruir lo que había destruido” (vs 18).
Finalmente, olvidándose ya de debates y argumentos, Pablo deja que hable la nueva vida que lleva dentro, con una de las expresiones más sublimes y atrevidas que han salido de su escritura: “crucificado con Cristo… ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” (vs 19-20).