Introducción
Colosas. Era una pequeña ciudad de Frigia, en la provincia romana de Asia, situada a unos 200 km. al este de Éfeso y habitada por pobladores autóctonos, colonos griegos y judíos de la diáspora.
Pablo no la evangelizó personalmente, sino que confió esa misión a Epafras, uno de sus discípulos, que era natural de allí (1, 7; 4, 12).
Cuando este colaborador fue a visitarlo, mientras el Apóstol se encontraba prisionero en Roma, le hizo saber el grave peligro que amenazaba a aquella comunidad.
Existía un movimiento sincretista influido por especulaciones religiosas venidas del Cercano Oriente, que se infiltró tanto en el paganismo griego como en el judaísmo.
En las religiones paganas sustituyó las creencias ya desacreditadas sobre los dioses por elementos y potencias cósmicas, convertidas, a su vez, en dioses a los que se tributaba culto en fiestas, rituales y celebraciones.
En el judaísmo, muchos adoptaron y acomodaron esta corriente religioso-filosófica a las fiestas y celebraciones de Yehovah Dios, dando como resultado un protagonismo excesivo a ángeles y potestades que personificaban tales potencias y elementos cósmicos, y que influían decisivamente sobre el destino de los seres humanos.
Ese universo gnóstico, esotérico y seudo religioso –algo así como la “Nueva Era” que tanto fascina a nuestro mundo de hoy– estaba también amenazando a las comunidades cristianas expuestas al ambiente que las envolvía, como era el caso de la Ekklesía de Colosas.
Bajo pretexto de “filosofía”, algunos trataban de difundir una doctrina que asignaba al Mashiaj Cristo un lugar subordinado en la jerarquía de los seres espirituales que rigen el universo, los así llamados “elementos del mundo” (2, 8), cuyo culto recomendaban.
Además, querían imponer el rito de la circuncisión, como también algunas prácticas ascéticas y determinadas prescripciones sobre fiestas y alimentos, que supuestamente debían completar la salvación comenzada por Yeshúa.
Para combatir estos errores, Pablo escribió su carta, entre los años 61 y 63. En ella destaca claramente la supremacía absoluta de Cristo sobre todas las cosas y las jerarquías angélicas.
Nadie puede compararse con él, que es “la esperanza de la gloria” (1, 27), y todos los poderes, sin excepción, le están sometidos.
Esta Carta tiene muchos puntos de contacto con la que un tiempo después el Apóstol dirigió a los Efesios.
El autor de la carta da tres avisos: que nadie los engañe, que nadie los juzgue, que nadie los condene (2, 4. 8. 16. 18).
Frente a todas esas influencias, el autor afirma y desarrolla la centralidad de Yeshúa Ha Mashiaj, no en categorías jurídicas de justicia y liberación, ley y y fe, sino en la visión de un Dueño y Señor de todo lo creado, que incorpora a hombres y mujeres de toda raza o nación a su muerte y resurrección, y que es cabeza de la Ekklesía, su cuerpo y sacramento de esta salvación universal.
Yeshúa es el vencedor de todos los poderes cósmicos o históricos que pretenden señorear el mundo. Él no es “uno de tantos” mediadores a través de los cuales Yehovah Dios dispensa su poder salvífico, sino el único y definitivo Salvador.
Estructura:
I. Salutación y prólogo: El poder de la Evangelio en la Iglesia 1,1–14
II. La preeminencia de Cristo en la doctrina cristiana 1, 15–2 al 4, 1
III. Pensamientos finales 4, 2–18
Capítulo 1
Versos del 1 al 8
Saludo y acción de gracias. El comienzo de la carta es ya conocido: saludo, acción de gracias y petición.
El remitente se presenta con toda la autoridad apostólica que le ha conferido Yehovah Dios Padre, con la que quiere confirmar a sus destinatarios, a quienes no conoce personalmente, en su fidelidad al Evangelio que han recibido por medio de “Epafras, mi querido compañero, fiel ministro de Cristo” (vs 7).
El mismo Yehovah Dios Padre es el que por medio de su apóstol Pablo saluda a los cristianos de Colosas con el don de la gracia y de la paz (vs 2).
La acción de gracias expresa la satisfacción personal del Apóstol por el dinamismo cristiano que vive la comunidad y que se manifiesta en la fe que tienen en el Mashiaj y en el amor mutuo que se profesan los unos a los otros.
La esperanza de la vida “que les está reservada en el cielo” (vs 5) es la que sostiene esa Fe y la que da frutos de amor.
Es un futuro que ya se está haciendo realidad en el presente de la vida concreta y diaria de la comunidad.
Todo el mensaje evangélico de Pablo apunta a ese futuro de gloria que nos espera, pero nunca como una huida del compromiso de transformar la sociedad en que vivimos, sino todo lo contrario: como fuerza liberadora que se concreta en la sociedad alternativa que debe establecer ya, aquí y ahora, la comunidad de los que creen en Yeshúa.
Finalmente, apuntando al tema que va a tratar en la carta, el Apóstol dice que todo lo anterior ha sido posible porque recibieron el “mensaje verdadero de la Buena Noticia” (vs 5).
Y es esta verdad del Evangelio la que Pablo va a defender contra las influencias sincretistas y otras doctrinas erróneas, que se estaban infiltrando en la comunidad y ponían en peligro la fidelidad a la Palabra de Yehovah Dios que habían recibido.
Versos del 9 al 14
Oración por los colosenses. Es la práctica cristiana clara y consecuente, el objeto de la oración incesante de Pablo por sus cristianos de Colosas.
Para ellos implora la sabiduría y el sentido de las cosas espirituales (vs 9), dones del Espíritu que llevará a la comunidad a conocer a Yehovah Dios personalmente y a discernir su voluntad, “agradándole en todo, dando frutos de buenas obras” (vs 10).
La tarea no es fácil, por eso continúa pidiendo a Yehovah Dios que les conceda la resistencia activa y el aguante que les capacite para la lucha diaria de extender Su Reino (vs 11).
Por último, les invita a dar gracias al Padre que “los hizo entrar al reino de su Hijo querido” (vs 13), que es “reino de la luz” (vs 12), después de haber sido arrancados “del poder de las tinieblas” (vs 13), es decir, de la vida de pecado que llevaban antes (Efesios 1, 7).
Tinieblas, para la mentalidad hebrea, no es simple ignorancia u oscuridad mental, sino que significa la muerte. Su opuesto, la luz, es la vida (Juan 8, 12; 11, 9).
Versos del 15 al 23
Cristo, salvador y primogénito de toda la creación. Para dejar clara la verdad del Evangelio, Pablo recoge y adapta un himno litúrgico de las comunidades cristianas de entonces, y presenta en toda su grandiosidad a la persona del Mashiaj, Creador y Salvador, centro y clave del universo y de la historia humana.
Aunque el punto de partida de toda la predicación del Apóstol es el “acontecimiento histórico salvador” de Cristo su muerte y resurrección.
Este acontecimiento no ha sido una decisión sobre la marcha, como si a Yehovah Dios se le estuviera escapando el mundo de las manos a causa del pecado y hubiera tenido que recurrir al envío de su Hijo para arreglar las cosas, como un recurso improvisado de última hora.
Para el Apóstol, como para todo el pensamiento religioso bíblico, creación y salvación son inseparables.
Y así, Pablo contempla al Mashiaj, muerto y resucitado, al principio de todo, como el verdadero protagonista del acto creador de Yehovah Dios: “todo fue creado por él y para él” (vs 17), como la verdadera “imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación” (vs 15).
Si todos los hombres y mujeres hemos sido creados a imagen del “Dios vivo” (Génesis 1, 27), es la imagen de su Hijo, el vencedor de la muerte, la que preside y abarca en su abrazo a toda la humanidad y a toda la creación salidas de las manos amorosas del Creador.
Hasta qué punto se comprometió el Hijo de Yehovah Dios con sus criaturas lo expresa con el máximo realismo posible: “la sangre de la cruz” (vs 20), resumen de toda la vida de Yeshúa, entregada para el perdón de nuestros pecados y que culminó en su muerte y resurrección.
Y así, su acción de Creador es también acción de salvador, para “reconciliar consigo todo lo que existe, restableciendo la paz… entre las criaturas de la tierra como en las del cielo” (vs 20).
Este señorío absoluto de Yeshúa lo centra ahora en la comunidad cristiana, de la que dice que “Él es la cabeza del cuerpo… de la Ekklesía” (vs 18), pues a través de ella, prolongación de su cuerpo ofrecido, anuncia y proclama al universo entero la salvación y la reconciliación.
Es aquí donde radica la vocación misionera de todos los bautizados, que hace de la Iglesia el sacramento de la salvación universal.
Pablo termina afirmando que todo este despliegue del poder creador, salvador, reconciliador y pacificador de Yeshúa ha sido posible porque “en él decidió Yehovah Dios que residiera la plenitud” (vs 19); dicho de otra manera: porque Cristo es DIOS.
Lo volverá a repetir más adelante: “en él reside corporalmente la plenitud de la divinidad” (2, 9).
A continuación, dirigiéndose a los cristianos de Colosas, Pablo comienza a sacar las consecuencias de lo expuesto.
Les ha dicho ya claramente que, aparte de Cristo, no existe otro mediador de la salvación universal, rechazando así, aunque no las mencione, algunas de las doctrinas falsas que se habían infiltrado en la comunidad y que atribuían un protagonismo salvador a otras “potestades, señoríos o espíritus” a los que antes se refirió como simples criaturas salidas del poder creador de Yehovah Dios (vs 16).
Este rechazo del Apóstol va dirigido también contra los que hoy día, en un intento de “diálogo” con las otras religiones de la tierra, atribuyen a sus “fundadores” o a sus “doctrinas” una mediación salvadora paralela a la única mediación del Mashiaj.
Es por medio de su cuerpo carnal entregado a la muerte (vs 22) por la que los colosenses han sido reconciliados con Yehovah Dios y llamados a una vida intachable.
Ahora les toca mantenerse en ella porque ha comenzado la era de la “esperanza”, fundada en la promesa del Evangelio.
Es la paradoja de estar “cimentados y asentados” en un movimiento hacia el futuro que hace de la Ekklesía un “pueblo de peregrinos”, la expresión que mejor define su identidad.
Versos del 24 al 29
Ministerio de Pablo. Esta salvación ofrecida a todos y que ya experimentan los colosenses, antes paganos y ahora reconciliados por la sangre de Yeshúa, es el gran “misterio escondido por siglos y generaciones y ahora revelado a sus consagrados” (vs 26).
Yehovah Dios había prometido formalmente un Mesías para los judíos y ellos lo esperaban para sí.
Pero, en el proyecto de Yehovah Dios, el Mesías estaba destinado también para los paganos, es decir, para todos los hombres y las mujeres del mundo, sin distinción de religión, raza o nación.
Ahora, Pablo ha sido el confidente a quien se ha comunicado el secreto y a él le toca anunciarlo y proclamarlo, que no es otro sino “la espléndida riqueza… Cristo… esperanza de gloria” (vs 27).
En esto consiste su ministerio y el servicio de su misión apostólica.
Y para que este proyecto de Yehovah Dios se vaya cumpliendo, el Apóstol enseña, amonesta, trabaja y lucha con la energía y la eficacia que le da el poder de la Palabra de Yehovah Dios que anuncia.
La revelación de la que es portador no es simple información, sino la riqueza, que se regala y reparte, de la participación en la gloria de Yehovah Dios.
Este trabajo misionero está marcado, sobre todo, por el sufrimiento, como corresponde a un apóstol que sigue las huellas del Crucificado.
A este padecer por el Evangelio se refiere Pablo con una de esas frases geniales y paradójicas, en la que expresa su alegría al poder completar “lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo que es la Iglesia” (vs 24).
No nos quiere decir que la acción salvadora de Yeshúa, su muerte y resurrección, haya sido insuficiente, necesitando así del aporte de nuestro sufrimiento, sino que, contemplando la íntima comunión que existe entre Cristo y el cristiano, ve en su propio padecer la continuación del padecimiento salvador de Yeshúa.