Versos del 1 al 8
Cielo Nuevo y Tierra Nueva. Un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva (Isaías 65, 17; 66, 2) se ofrecen como el espacio luminoso para acoger la presencia de la nueva Jerusalén.
La Nueva Jerusalén representa la culminación del libro del Apocalipsis, como asimismo de toda la revelación bíblica.
Es geografía, concentración de la historia milenaria de Israel y, sobre todo, la suprema aspiración de la humanidad de la Ekklesia: Bendición de Yehovah Dios para colmar de dicha como una esposa el corazón del esposo.
Se insiste en la absoluta gratuidad del regalo divino. Por fin, Yehovah Dios establece su morada, de manera permanente.
No es una frágil tienda, no es un templo de piedra, sino su presencia viva y estable (shekiná) en medio de los hombres.
Yehovah Dios instaura una Alianza Universal, no se fija en un solo pueblo o etnia o religión restringida, sino que inaugura una alianza con “los pueblos”, hace una alianza de salvación universal.
Se acaban ya todo tipo de penalidades. Yehovah Dios seca con el pañuelo de su misericordia el copioso llanto de los ojos de la Ekklesía Santa.
Se consuma la victoria de Yeshúa Ha Mashiaj sobre aquellos caballos desbocados y las plagas. La muerte y su lúgubre cortejo desaparecen para siempre.
Yehovah Dios es contemplado en su gesto primero y último: como Creador en acto. Así lo reconocía la Ekklesia celeste (4, 11). Así se revela al final del libro (21, 5).
Yehovah Dios crea y recrea siempre un mundo nuevo. Y esa novedad absoluta se llama Yeshúa Ha Mashiaj.
Se insiste en la completa gratuidad de la vida desbordante que Yehovah Dios concede (vs 6b).
A la Ekklesia fiel o “vencedora” le concede la suprema gracia: ser hija de Yehovah Dios.
La formulación es típica de la alianza, y posee carácter mesiánico-regio: “Yo seré para él padre y él será para mí hijo” (2 Samuel 7, 14).
El Juicio inminente de Yehovah Dios anima a la Ekklesia a que, dejando el lastre del pecado atrás por hacer arrepentimiento de “obras de la carne”, cuya conocida enumeración presenta, pueda entrar con entera libertad en la ciudad de la Nueva Jerusalén como un hombre Nuevo en Yeshúa Ha Mashiaj.
Versos del 9 al 27
La Nueva Jerusalén. Desde un alto monte, antítesis de aquel desierto en que contempló a la gran prostituta: 17, 3, Juan, el vidente, con la fuerza del Espíritu, tiene acceso a una maravillosa visión profética: una Nueva Ciudad, una Esposa Resplandeciente.
Hay una mutua transformación. La esposa se cambia en ciudad y ésta se muda en esposa, profecía establecida en Isaías 54; 60; Ezequiel 40; 48.
La gloria de Yehovah Dios, es decir, la presencia de su majestad, habita y está dentro de la ciudad; la convierte en una gema preciosísima, como el jaspe o diamante.
La ciudad entera brilla con el resplandor de Yehovah Dios, la luz muestra la exhuberancia de vida que Yehovah Dios, “luz de luz”, ha derrochado con profusión en la ciudad.
Comienza ahora la descripción prolija de los elementos arquitectónicos de la ciudad.
Tiene una muralla alta y elevada; es una ciudad pertrechada y bien protegida. Las puertas, representan su universalidad: la Nueva Jerusalén es una ciudad abierta. Por sus puertas siempre francas deben entrar todos los pueblos y naciones.
La ciudad está cimentada por los doce apóstoles del Cordero: la Fe en el Mashiaj, el testimonio y/o el martirio constituyen su firme fundamento (Mateo 16, 8).
Esta ciudad continúa con la mejor tradición del pueblo de Yehovah Dios; en sus almenas están grabados los nombres de las tribus de Israel. El Antiguo Testamento culmina en la Iglesia apostólica del Nuevo Testamento.
La ciudad, descrita por el Apocalipsis, tiene forma de cubo. El Lugar Santísimo tenía asimismo forma cúbica (1 Reyes 6, 20).
La nueva Jerusalén es toda ella santuario, ciudad santa y sacerdotal, en donde Yehovah Dios permanentemente habita. Cada uno de los doce cimientos es una perla preciosa. Mucho se ha especulado sobre su origen y sentido.
Una atenta lectura bíblica nos da la clave interpretativa.
Las doce piedras preciosas colgaban del pectoral del sumo sacerdote (Éxodo 28, 17-20; 39, 10-12); han sido ampliamente comentadas y magnificadas por la tradición judía (Flavio Josefo).
Pero estas piedras preciosas no reposan ya en el pecho del Sumo Sacerdote, sino que configuran los cimientos de la ciudad.
Quiere decirse que la Nueva Jerusalén es una Ciudad Sacerdotal, toda ella cimentada en YEHOVAH Dios y Consagrada a su Adoración. ¡La ciudad no tiene santuario! La frase es casi una provocación.
¿Cómo es posible que en la nueva Jerusalén no exista temploa imagen de la Jerusalén de aquí abajo?.
La realidad nueva ha cambiado totalmente. Al escándalo inicial sucede la explicación esclarecedora.
Yehovah Dios y el Cordero son su santuario. Yehovah Dios no aparece ya como objeto de culto, sino como lugar de culto.
No se trata ya de una ciudad que tiene un templo, sino de un templo que se ha convertido en ciudad y es Yeshúa Ha Mashiaj muerto y resucitado, el lugar del encuentro permanente entre Yehovah Dios y Su Ekklesia.
La Nueva Jerusalén, resplandeciente por la luz de Yehovah Dios, se convierte en meta o alto faro para Su Ekklesia.
Se subraya de nuevo la vocación universal de la Ekklesia. Se cumple la vieja profecía de la peregrinación de todas las naciones (Isaías 60, 3. 5. 7).
Los pueblos acuden en busca de luz; más la Ekklesia no es luz, sino lámpara (Juan 5, 34-36). No debe erigirse fatuamente en la fuente de luz, ni tampoco debe esconderla debajo de la mesa.
Su misión es ofrecer a todos los hijos de Yehovah Dios la única luz que dentro de ella brilla, a saber, la presencia viva de Yehovah Dios.