Versos del 1 al 14
La Ley y la Fe. En contraste con esta experiencia de vida en Cristo, la actitud de los gálatas no tiene explicación para Pablo.
Por dos veces los llama insensatos. ¿No habrán sido víctimas de las artes de brujería es el término que usa de los “falsos hermanos”?.
A través de una serie de preguntas apela a su experiencia cristiana y a que comparen su vida anterior con la de ahora.
¿Hay algo más convincente que la experiencia? Con un incisivo y retórico “quiero que me expliquen” (vs 2) los desafía a confesar si fue la observancia de la Ley bajo los preceptos fariseicos, que por cierto ellos todavía no conocían, o por el contrario, la Fe en el evangelio que él les predicó, lo que produjo la efusión de los dones del Espíritu. La respuesta es obvia.
La poderosa obra del Espíritu en las comunidades que el Apóstol fundó es el fruto constante de su evangelización (1 Tesalonicenses 1, 5; 2 Corintios 12, 12).
Eso está a la vista de los gálatas, quienes han experimentado este poder en los grandes acontecimientos y milagros de los que han sido testigos.
Con la lógica implacable del rabino que lleva dentro, Pablo quiere hacerles ver lo bajo que han caído o están a punto de caer, si aceptan ahora las absurdas reglas de la observancia de la Ley bajo la lupa del Judaísmo que fabrica creyentes de segunda clase.
Son (prosélitos) que endiosan a los hombres que enseñan tal contaminación como condición de salvación: del dominio del Espíritu.
Por ello, han caído en el dominio de la carne (vs 3), en alusión desdeñosa a la marca de la circuncisión, que hicieron símbolo distintivo del sometimiento a la Ley, cuando el mismo Abraham fue salvo por Fe.
Como de costumbre, el Apóstol usa un fuerte contraste de palabras para causar más impacto.
¿Habrá sido todo en vano? Pablo no acaba de creérselo, por eso dice que es “imposible que haya sido en vano” (vs 4), como esperando que el Espíritu, que sigue presente en las comunidades, los haga reaccionar.
De la experiencia, pasa ahora el Apóstol al argumento de las Escrituras, colocando los textos que cita en el horizonte de la Fe y dándoles así un nuevo significado.
El Apóstol no está forzando los textos para beneficio de sus argumentos, sino que contempla su profunda significación, solo ahora desvelada en la muerte y resurrección de Yeshúa.
Es desde esta perspectiva desde la que ve a Abrahám convertido en amigo y servidor de Yehovah Dios gracias al acto de Fe por el cual se fió y puso su destino en las manos de su Creador: “creyó en Yehovah Dios y esto le fue tenido en cuenta para su justificación” (vs 6).
Es como si el Patriarca hubiera dado una respuesta anticipada al anuncio del Evangelio. Este acto pionero de Fe, prosigue Pablo, es el que constituyó a Abraham en padre de todos los creyentes.
Quien repita esta actitud del Patriarca entronca con él, es descendiente suyo, aunque sea de otra raza y de otro pueblo, pues en él “todas las naciones serán benditas” (vs 8), judíos y paganos.
La circuncisión y la Ley vinieron después (Romanos 4, 11) y estaban orientadas, como sello y confirmación, a esta respuesta de Fe de Abraham y sus descendientes.
Dicho esto, el Apóstol se enfrenta ahora con la Ley (vs 10-13).
A causa del pecado del pueblo judío, esta Ley quedó pervertida cuando, en vez de llevarlos a depender de Yehovah Dios para su salvación, prefirieron contaminarse con una religión inventada por ellos.
Donde se afirma el creer que se salvaban por sus propios méritos adquiridos por la observancia de la Ley, siendo que es imposible sin la comunión con el Ruaj Hakodesh y garantizados por la flamante circuncisión.
Ciertamente lo judíos creen que las apariencias dan salvación, así cayeron en la “maldición”, en oposición a la “bendición” prometida en Abrahán.
En la mente de Pablo parecen resonar las palabras de Habacuc, su texto favorito.
El profeta maldice al hombre hinchado por la arrogancia y la fanfarronería que le producen sus propios éxitos, en cambio “el justo, por su Fe, vivirá” (Habacuc 2, 4).
Pablo llega a decir que la dinámica de esta maldición de la Ley es lo que llevó a Yeshúa Ha Mashiaj a la muerte y “nos rescató de la maldición de la Ley sometiéndose él mismo a la maldición por nosotros” (vs 13).
Y fue en esta muerte donde se reveló el misterio de Salvación.
Cristo, cargando con esta maldición, nos libera de ella y aplica y extiende a todos la “bendición” prometida a Abraham, la cual se hace ahora en el don del Espíritu.
Como siempre, Pablo tiene en la mente “no sólo” a la Ley pervertida por los fundamentos de hombres de los Rabinos, sino a todo producto del orgullo humano que lleve al hombre a constituirse en señor de sí mismo y artífice de su propio destino frente a su Creador.
Este “orgullo” que tantas violencias e injusticias ha causado en la torturada historia humana es a lo que el Apóstol llama la “maldición de la Ley” o lo que es lo mismo la enseñanza de una Ley pervertida por los hombres.
Versos del 15 al 29
La Ley, la Instrucción o la Toráh en si misma es quien contiene la promesa (Deuteronomio 18, 18).
La venida de Yeshúa Ha Mashíaj es también la clave que ilumina el sentido y alcance de la “promesa” contenida tanto en Moisés la “Ley” y los profetas.
El Apóstol argumenta que la promesa hecha por YEHOVAH Dios a Abrahám no puede ser anulada por una legislación manipulada que llegó siglos después y que surgió como sustituto del pacto o la alianza entre Yehovah Dios y su pueblo en el Sinaí (Éxodo 19-20).
Ambas, Promesa y Ley, son ciertamente iniciativas de Yehovah Dios. El problema, sin embargo, está en que los judíos de su tiempo no han comprendido la relación entre la promesa hecha a Abrahán y la Ley dada a Moisés.
No han reconocido que la Ley estaba al servicio de la promesa, para que ésta se cumpliera, así como la promesa misma no invalida la Ley, la satisface en la persona de Yeshúa Ha Mashíaj.
Habían hecho de la Ley un absoluto incomprensible por sus entroncados reglamentos, convirtiéndola en fin en sí mismos, olvidándose por completo de la promesa que daba sentido y legitimidad a la Ley que es eterna por ser instrucción propia de Yehovah.
Ahora, Cristo, el “heredero” de la promesa hecha a Abrahán está presente. Con su venida, la Ley del Espíritu de vida ha vencido a la Ley del pecado y de la muerte, que sigue vigente para quienes obstinan en rechazar a Yeshúa como Único y Perfecto Salvador en quien hallamos redención.
Leyendo el término “descendiente” en singular (Génesis 12, 7), Pablo afirma que el heredero de la promesa patriarcal es una persona, el Mashiaj.
“Entonces, ¿para qué sirve la Ley del pecado y de la muerte?” (vs 19). El Apóstol ve venir la objeción y responde: sin duda alguna la Ley tiene su valor, fue promulgada nada menos que por ángeles y por un mediador de la categoría de Moisés.
Sin embargo, su función viene a decir Pablo con la sutileza del rabino iluminada por la Fe del creyente no estaba en que salvaba, sino justamente en lo contrario, en convencer a los que están bajo su régimen del pecado por ser descendientes de Adán.
Que la misma Ley contempla que no existe sacrificio por la salvación de los pecados de muerte fuera de Yeshúa.
Por eso, “la Escritura incluye a todos bajo el pecado” (vs 22), haciéndoles así experimentar, por una parte, la necesidad de una salvación radical y definitiva y, por otra, lanzarlos a la espera de dicha salvación, la que justamente estaba contenida en la promesa que se ha hecho ahora realidad en la persona de Yeshúa ha Mashiaj.
Así es cómo explica Pablo la doble funcionalidad de la Ley en tensión con la promesa.
Primero, desenmascara la condición pecadora del hombre y su imposibilidad de salvarse a sí mismo; segundo, como Ley basada en la promesa de salvación por la fe, lanza al pueblo a un futuro de esperanza.
Vs 23-29, esclavos e hijos. Siguiendo con su argumentación, Pablo explica esta función pedagógica de la Ley con una comparación tomada de la relación existente en el mundo griego entre preceptor o pedagogo y el menor de edad o pupilo.