Versos del 1 al 5
Pablo considera siempre sus penalidades misioneras como la máxima garantía de la veracidad del Evangelio que anuncia (2 Corintios 1, 5; 4, 8-15; 11, 23-29) y como motivo de consuelo y ánimo para sus evangelizados.
Con esta intención les recuerda, ahora, lo que tuvo que luchar por ellos (vs 1) y por todas sus comunidades cristianas, aunque no conozca a todas personalmente, para transmitirles el “secreto de Yehovah Dios, que es Cristo” (2, 2) y que encierra “todos los tesoros del saber y el conocimiento” (vs 3).
Versos del 6 al 19
Vida cristiana. Es justamente este conocimiento de Yeshúa, a quien habían recibido ya “como Señor” (vs 6), el que está ahora amenazado por las ideologías sincretistas que se habían introducido en la comunidad.
Pablo se enfrenta con el problema exhortándoles en primer lugar a que lleven una vida de acuerdo con las enseñanzas de la fe que han recibido.
Después, con un vigoroso toque de atención, les pone en guardia contra las falsas especulaciones y engaños de tradiciones humanas (vs 8).
No conocemos el contenido de las especulaciones y prácticas aludidas, pues lo que expone no coincide con la doctrina de los judaizantes ni con alguna escuela filosófica conocida.
Es probable que se tratase de creencias en fuerzas cósmicas o angélicas, influencias de los astros o en poderes secretos de la mente humana, que ofrecían caminos alternativos de liberación y salvación.
Un contexto sincretista parecido al que vivían los colosenses lo estamos experimentando en nuestra sociedad con la progresiva difusión de la llamada “New Age” (Nueva Era).
Hoy, como entonces, se han puesto de moda creencias esotéricas como la reencarnación, la meditación trascendental, las cartas astrales, las prácticas adivinatorias y un sin número de productos de mercadería seudo-religiosa que ofrecen salvaciones a gusto del consumidor.
El rechazo del Apóstol es total; vuelve a repetir lo que ya afirmó al comienzo de la carta: Yeshúa está por encima de todo, “es la cabeza de todo mando y potestad” (vs 10).
Él es la divinidad encarnada y “de él reciben ustedes su plenitud” (vs 10).
Seguidamente, les expone con una serie de imágenes hasta qué punto los creyentes encuentran en Yeshúa la plenitud y el sentido presente y futuro de sus vidas: circuncidados en Yeshúa (vs 11; Romanos 2, 29).
Sepultados por el bautismo en su muerte y resurrección (vs 12; Romanos 6,1-11); muertos por el pecado pero vivificados por el perdón (vs 13); cancelado el documento de nuestra deuda clavado ya en la cruz (vs 14).
En cuanto a las “fuerzas del mal” que ejercen su poder a través del pecado de los hombres y las mujeres, Pablo las contempla en la grandiosa visión de la marcha triunfal de Yeshúa, el vencedor al estilo del triunfo de los emperadores romanos, con su séquito de prisioneros subyugados (vs 15; 2 Corintios 2, 14; 1 Pedro 3, 22).
Finalmente, arremete con energía contra los que practican mortificaciones y rituales esotéricos que satisfacen engañosamente la mente, y que la hinchan sin llenar.
Esta hinchazón mental y vana se opone al crecimiento del cuerpo, la comunidad cristiana, a través de cuya cabeza, que es Yeshúa Ha Mashiaj (Efesios 4, 15-16), “recibe sustento y cohesión” (vs 19).
Versos del 20 al 23
Nueva vida con el Mashiaj. Estamos ante una de las más bellas descripciones de la vida cristiana que encontramos en la literatura paulina, en la que nos va a decir en qué consiste “el sustento y la cohesión” que vienen de Yeshúa, cabeza de la Iglesia.
Primero, sin embargo, vuelve de nuevo sobre el tema que tenía fascinados a los creyentes de Colosas, es decir, a la amalgama de ridículas prácticas ascéticas, prohibiciones culinarias, ritos y creencias esotéricas a las que llama “preceptos y enseñanzas humanas” (vs 22) y que se presentaban como salvaciones paralelas.
La amonestación no puede ser más realista: nada de “no toques eso, no pruebes aquello, no lo toques con tus manos” (vs 21), pues de todo ello ha sido ya liberado el creyente al recibir el bautismo, que ha significado una ruptura total, una muerte “a los poderes del mundo” (vs 20), frase con la que el Apóstol resume semejante insensatez.