Versos del 1 al 21
Utilizando las imágenes que quedaron en la tradición sobre la destrucción de Jerusalén en el 587 a.C., el profeta describe los días previos a su “día final”, el día de su victoria definitiva (vs 1-2).
Después de los dolores y padecimientos, vendrá un cambio radical en todos los sentidos en el tiempo y en el espacio.
El del tiempo ya no será más cambiante, será un eterno día lleno de luz y felicidad, el espacio geográfico, de por sí árido y abrupto, se convertirá en llanura fértil, gracias a las fuentes que le irrigan, tanto a oriente como a occidente (Ezequiel 47, 1-12).
Son éstas las bases para una ciudad segura, tranquila y en paz, gracias a la permanente presencia de YEHOVAH DIOS y sus santos en ella (vs 3-11).
Pero antes de esta era idílica, el Altísimo castigará a todos los pueblos y naciones que han hecho el mal a Jerusalén, sin embargo, no los aniquilará completamente.
De ellos quedará un “resto” que de algún modo entrará en comunión con el pueblo elegido, cumpliendo como toda la obligación de subir a Jerusalén a dar culto a YEHOVAH en la Fiesta de Tabernáculos (vs 12-19).
A partir del verso 20 se “desmontan” la exclusividad sacra de ciertos elementos, al poner en su mismo nivel cosas tan profanas como las campanillas de los caballos y los calderos de Jerusalén.
¿Sátira contra el sacralismo exagerado de ciertos objetos?.
Termina el libro con la constatación de un anhelo que sólo Jesús vendrá a colmar.
Expulsar del templo a mercaderes y cambistas porque hacían del lugar un lugar profano como cualquiera (vs 21c).