Versos 1 al 25
Demetrio I, heredero legítimo de Seluco IV, no pudo ocupar el trono al morir su padre, ya que siendo todavía un niño fue arrestado y llevado a Roma.
Asumió el poder su hermano Antíoco IV y luego su sobrino Antíoco V, a quien Demetrio considera un usurpador. Demetrio escapa de Roma y con el apoyo de una parte del ejército, retoma el poder y se proclama rey en el año 161 a.C., sus generales asesinan a Antíoco V y a Lisias.
Con la llegada de Demetrio al poder, se agudiza el conflicto entre los dos grupos judíos, los “renegados” prohelenistas y los tradicionales promacabeos.
Los judíos “renegados” acuden nuevamente ante el emperador para acusar de traidores a sus propios hermanos.
Para esta misión se apoyan en Alcimo nombre helenizado de Joaquín, nombrado Sumo Sacerdote por el emperador (Vs 9) pero rechazado por los judíos tradicionales por su corte helenista y su actitud servil ante el imperio de turno.
Alcimo y los “renegados” le declaran la guerra a sus propios hermanos (Versos 21-25). Judas Macabeo responde de igual manera a partir del verso 23.
Es triste ver cómo la ausencia en los dirigentes de una conciencia alimentada por el diálogo, la tolerancia, la justicia y el amor, termina dividiendo y enfrentando a los propios hermanos, mientras los poderosos, verdaderos causantes del mal, aprovechan las circunstancias para perpetuar su dominio.
Versos 26 al 50
Derrota de Nicanor. Alcimo pide ayuda a Demetrio, quien manda a Nicanor, su mejor general, para atacar a los judíos y quitarles la poca autonomía que mantenían.
La estrategia de Nicanor se basa en el engaño, pretexto de un proceso de diálogo y negociación.
¿Cómo lograr que la Palabra, igual que la de Dios en el primer capítulo del Génesis o la de Jesús, sea siempre una Palabra creadora de vida, sincera y confiada y no una Palabra que se utiliza para engañar y destruir la vida?.
Ser hombres y mujeres de Palabra es un buen punto de partida, para que los diálogos de las personas y los pueblos sean fructíferos y eficaces.
La batalla final sigue un esquema conocido en el Antiguo Testamento, presentación de los ejércitos, oración pidiendo la intervención de Dios, la batalla, derrota y muerte del invasor, huida del resto del ejército enemigo y fiesta de los triunfadores (2 Reyes 18, 17– 19, 37).
El triunfo Macabeo se convierte en una fiesta con intenciones de repetirla anualmente, sin embargo, muy pronto dejó de celebrarse, probablemente por su proximidad con la Fiesta de Purim.
Este final, con sabor a triunfo liberador y tiempo de paz, recuerda las gestas narradas en el libro de los Jueces.
Dos hechos para reflexionar desde una perspectiva cristiana.
El primero, la actitud poco tolerante y violenta de Judas Macabeo, quien después del pacto firmado con Lisias, recorría el país matando y maltratando los judíos “desertores” (Vs 23-24).
La segunda, colocar a Dios como un general del ejército, que manda a sus ángeles a matar los enemigos de quienes elevan sus oraciones al cielo.
Aunque Yeshúa es duro con los enemigos del pueblo y de los pobres, la justicia y la paz no se consiguen con la violencia, sino con la concientización y la organización de los pueblos.