Versos del 1 al 30
Simón asume el mando, comienza el ciclo de Simón (Versos del 1 – 16, 24), el último de los hermanos Macabeos.
Recordemos que Eleazar murió aplastado por un elefante en un intento fallido por matar al rey (1 Macabeos 6, 43), Judas murió en el campo de batalla (1 Macabeos 9, 18), Juan fue asesinado por una tribu árabe (1 Macabeos 9, 42) y Jonatán que, aunque prisionero, se le da por muerto (1 Macabeos 12, 50).
Simón está preocupado porque sabe que su pueblo ha estado siempre rodeado de imperios, que sueñan con eliminar al pueblo judío de la faz de la tierra.
Pero también le preocupa que Israel, cuando alcanza un poco de poder, cae en la misma tentación de eliminar, discriminar o someter a los más débiles.
El pueblo aclama por unanimidad a Simón como su líder. Éste sigue justificando la guerra santa con los argumentos de la defensa de la Ley y el Templo, pero sabemos que éstos ya han sido conseguidos, lo que busca en realidad es la conquista de la independencia nacional y del poder político.
El misterio de Jonatán comienza a despejarse, no está muerto sino prisionero en manos de Trifón, situación que quiere aprovechar el secuestrador para chantajear a Simón, buscando una oportunidad para aniquilar el ejército judío.
Simón, sabiendo que Trifón lo engaña, accede a entregar el rescate exigido por la liberación de Jonatán, pues temía los comentarios del pueblo.
Una actitud comprensible pero típicamente populista, Trifón no solo falta a su palabra, sino que mata a Jonatán, demostrando que los que ejercen el poder de dominio eliminan a quien sea por alcanzar sus ambiciosos intereses.
Versos del 31 al 54
Actividad político-militar de Simón, con la muerte de Antíoco VI, asesinado por Trifón, Simón queda libre de los pactos firmados anteriormente.
Conociendo los planes usurpadores de Trifón, Simón retoma los contactos con Demetrio para establecer un nuevo pacto.
Demetrio se muestra generoso, confirmando los poderes religiosos y políticos, la exención de impuestos y el permiso de seguir las fortificaciones, que ya antes le había concedido (1 Macabeos 11, 27-53).
Solo añade el de “amigo de reyes”, es comprensible la actitud positiva de Demetrio, porque su poder es todavía muy débil.
Porque debe un favor a los judíos que lo habían salvado en una ocasión precedente (1 Macabeos 11, 46-52) y porque la alianza con los judíos lo hace más fuerte frente a Trifón, quien le disputa el trono del imperio sirio.
Los títulos de general y caudillo que le otorga Demetrio a Simón demuestran que la independencia no es total y que sigue bajo la tutela del rey.
De todas maneras, este tratado de paz, que incluye la exención del tributo de la corona, se convierte en un momento especial en la historia de Israel al recobrar después de 25 años de lucha macabea, gran parte de su libertad e independencia.
Simón comienza a contar los años a partir de su asunción al poder, tal como lo hacían los faraones en Egipto.
No hay duda de la fidelidad de la familia macabea con la justicia y la libertad del pueblo judío, pero también se nota con el pasar del tiempo que los pecados propios de la ambición del poder, comienzan a tocar sus corazones.
Hacer las cosas como el faraón es un mal recuerdo y un mal presagio para el futuro de Israel.
La independencia política será confirmada con la recuperación de la ciudad de Guézer y de una fortaleza griega enclavada en la misma Jerusalén, a las que el imperio sirio nunca había renunciado.
Simón, aprovechando que Trifón y Demetrio están ocupados en sus disputas por el poder, conquista ambas ciudades y las purifica de todas las impurezas paganas que allí se habían alojado, recordando que la población que allí vivía estaba compuesta por pagano-helenistas y judeo-helenistas o “renegados”.
La Fiesta de Purificación de la ciudad se llevó a cabo el día 23 del segundo mes bíblico del año 171 a.C. fue declarada fiesta nacional y quedó fijada para celebrarse anualmente.
Simón nombra general a su hijo Juan, quien en poco tiempo además de Sumo Sacerdote se convertirá en rey.